23/3/10

Afuera no existe


Estar afuera.
Estar afuera no es joda.
Estar afuera de donde todos los demás, estamos.
Estar afuera es también estar adentro, en otro lado. Muy lejos, muy distinto, muy distante. Infranqueable.
Hay una frontera que nos separa. No se ve. Pero es más alta que cualquier muro que un estúpido administrador pueda levantar. Sus guardianes son letales. Disparan y luego preguntan. O mejor dicho, disparan y luego certifican con la punta de sus impecables botas que ya no haya reacción. Es decir, ya no necesitan preguntar.
Porque sólo se permite una sola manera de reaccionar. Sólo puede haber un solo tipo de reacción: La reacción.
¿Cuántos son los que están afuera?. ¿Podemos verlos?. ¿Nos animamos a verlos, y mirarlos a los ojos?. ¿Qué vemos cuando los miramos?. ¿Quién los mira?, ¿quién los ve?.
Estar afuera no es una fiesta.
No es un canto a la libertad.
No es un acto de rebeldía.
No es soñar con la revolución.
Estar afuera no es despertar de la larga siesta en la que vivimos quienes estamos adentro, mientras eso que llamamos vida nos pasa de cerca sin darnos cuenta.
Afuera.
Comer de la basura. Comer en la basura. Comer basura. Dormir entre las ratas. Ser golpeado. Ser violado. Ser ignorado.
Morir en una cárcel. Ser desaparecido.
Estar afuera es estar expulsado. Empujado. Arrojado de aquel lugar en donde todos los demás estamos. En donde todos los demás dormimos en cómodos colchones.
Adentro.
Abrigados. En donde comemos comida nutritiva o destructiva según se nos antoje. En donde creemos que podemos vernos elegantes y saludables. En donde creemos que podemos ser transgresores y valientes. En donde creemos que podemos ser solidarios y bienpensantes. En donde nos educamos. En donde trabajamos. En donde tenemos familia, amigos, amantes y hasta enemigos. Adentro. Incorporados. Aceptados. Protegidos.
Estar afuera es estar abandonado. Despojado. Desterrado. Exiliado. Apátridas sin tierra.
No casa. No automóvil. No teléfono. No heladera. No computadora. No camisa. No zapatos. No agenda. No shampoo. No sábanas. No agua caliente. No gas. No electricidad. No fotografías. No televisor. No tarjeta de crédito. No Banco. No contadores. No abogados. No dentistas. No psicoanalistas. No vacaciones.
Eso sí:
Estar adentro no es joda. Exige mucho trabajo y sacrificio mantener lo que uno se ha ganado. Pagando los impuestos, o casi todos. Siendo responsable, hasta cierto punto. Siendo obediente y disciplinado al código de barras, sin cuestionar el precio ni las condiciones del contrato que nos garantice seguir adentro (a lo sumo, podremos regatear el precio en una feria o en un puesto de venta cladestino).
Y aunque estemos muy lejos de saber lo que es en verdad ser libres, estamos adentro de eso que hemos definido como lo opuesto a estar afuera. Que no es lo mismo, ni parecido. Es lo opuesto. Porque no es la libertad lo que está en juego. Ni siquiera la dignidad. Cuando llegamos al extremo, al límite denso y viscoso del afuera y el adentro, sólo nos queda la palabra humanidad, y el peligro de su degradación final y última.
Por eso: afuera no existe, sólo adentro...
gn