21/12/11

Feliz cumple...


20 años ya... a mis 18, mi cabeza empezó a romperse un poco para volver a rearmarse con otros colores, otros sonidos, otros sueños.
Hoy vuelvo a escuchar este disco, pero su versión de los 20 años (como si hubiese sido grabado ayer) y vuelvo a refrescar aquella voladura de azotea... gracias una vez más.
gn

18/12/11

10 años


La historia de Cárdenas
Fue la foto que anunció que empezaba la masacre. En la madrugada del 20 de diciembre de 2001, un hombre yacía en las escalinatas del Congreso. De milagro salvó la vida por unos meses y ahora su nombre es una causa abierta.
Por Adriana Meyer
Esa madrugada no pudieron convencerlo de quedarse. “Yo también soy un trabajador que no me alcanza la plata y nos están robando, tengo que estar ahí, tenemos que echar a todos”, dijo Jorge Demetrio Cárdenas, y salió con su hijo Martín y un vecino. La familia se quedó en su casa de Merlo y prendió el televisor porque otra vecina había ido corriendo a avisarles: “Pongan Crónica, están diciendo que mataron a tu papá”. Así lo vieron, tirado en un charco de sangre al pie de las escalinatas del Congreso. “Desesperados, ciegos de dolor, no sabíamos qué hacer, no teníamos en qué ir hasta Capital, esa noche todo era un caos. Un remisero amigo nos llevó con mi hermano Juan. En la radio decían que trasladaban al primer herido de bala de plomo al Hospital Ramos Mejía. Cuando llegamos lo estaban operando, le pusieron dos litros de sangre y le salvaron la vida”, dice Verónica Cárdenas a Página/12.
Ese 20 de diciembre de 2001 los medios lo habían dado por muerto, pero su esposa, Blanca Lobo, llamó a varios para pedirles que lo desmintieran, “no sea cosa que vaya a pasarle algo si creen que está muerto”. Tenían miedo, en los días que siguieron recibieron amenazas y llegaron a tener custodia de Gendarmería. Cárdenas fue baleado dos veces, una en la ingle con un balazo que le perforó la arteria femoral y otra en la pierna, de donde le sacaron un proyectil de 9 milímetros.
Cárdenas había sobrevivido luego de ser baleado en el Congreso y el día que declaró Fernando De la Rúa fue a Comodoro Py con una copia de la foto que lo muestra tirado en las escalinatas. Tuvo fuerzas para ir a alguna reunión de las asambleas multisectoriales que florecían por esos días, donde mostraba orgulloso sus cicatrices, como heridas de guerra. Pero comenzó a deprimirse luego de la muerte de su hermana. “Pasaron los días, los meses, y mi papá empeoraba, tenía miedo, no podía ir a trabajar, extrañaba mucho a la mamá de Darío, que falleció por depresión al año que mataron a mi primo. Quedo solo en ese momento, luchando por él”, dice su hija. El 22 de julio de 2002 fue internado por alta presión, tuvo un ACV y no pudo salir de la terapia intensiva, falleció cinco días después. “Fue una lucha que no pudo ganar, esto fue a consecuencia de los disparos que le provocó la Policía Federal, pedimos justicia, que el policía gatillo fácil que le disparó vaya a la cárcel”, afirma su hija, Verónica Cárdenas, como vocera de la familia.

La vida
Cárdenas nació en Bahía Blanca, tenía 52 años, era martillero público, llegó a tener cinco inmobiliarias y fue delegado municipal de Libertad, en el partido de Merlo. “Tenía varios hermanos, a dos no conoció porque su mamá los dio en adopción, pero creció con otras dos hermanas en Temperley”, cuenta su hija. “Le iba bien en los negocios, era muy solidario y se fue ganando cariño y respeto en el barrio”, agrega Verónica, que nació luego de Juan Manuel y antes que Sergio Martín, los tres hijos de la pareja. “Era un romántico, me conozco todas las películas de Sandro por él, en las fiestas salía a bailar y animaba a todos, le gustaba Luis Miguel pero también los Redonditos de Ricota, le compraba los cassettes a mi hermano Martín, que hoy es fanático”, recuerda. De sus cuatro nietos sólo llegó a conocer a Marina, la hija mayor de Verónica que hoy tiene 15 años. “Era la luz de sus ojos, jugaba con ella tirado en el piso como no había podido hacer con nosotros porque trabajaba mucho”, dice.
La mujer es madre soltera, cuenta que salió a limpiar casas con su mamá cuando se quedaron sin nada, y agradece “al ex presidente Néstor Kirchner que nos recibió y nos dio trabajo”. Para ella, la “rebelión popular contra el presidente De la Rúa” se interpuso en su vida familiar. “Ese día salió la gente de plata porque le habían robado su dinero, pero más tarde salió todo el pueblo porque nos dimos cuenta de que también a los más pobres nos habían tocado el bolsillo”, dice. “A papá lo tratamos de frenar porque lo que se veía por la tele era sólo represión, pero no quiso quedarse”, recuerda sobre aquella madrugada.
Según su hija, así era su carácter. “El 29 de abril de 1994 en una emboscada que La 12 de Boca, cuando el líder era El Abuelo, le hace a hinchas de River luego de un partido, donde River ganó 2 a 0, mataron a mi primo Walter Darío Vallejos junto a otro chico, Angel Delgado. Para mi papá fue un golpe muy duro, mi primo tenía 19 años y era su sobrino y ahijado, juró que iba a hacer justicia y así fue, no paró hasta que metió a toda La 12 en la cárcel, fue histórico, nunca había pasado algo así”, dice con orgullo sobre aquella sentencia que condenó al fallecido José Barritta a 13 años por asociación ilícita. “Hizo todo lo que estaba a su alcance, como nos enseñó a ser leales, buena gente y transparentes, papá fue muy compañero y amigo”, describe Verónica. Su papá era hincha de Boca pero luego de la emboscada fatal dejó de serlo.

La causa
La esposa y los hijos acudieron a los tribunales federales de Retiro y fueron escuchados por la fiscalía. Sin embargo, para la Justicia, Cárdenas murió porque “era un hombre enfermo que tenía diabetes” y no por las heridas del 20 de diciembre de 2001. El informe que recibió la jueza federal María Servini de Cubría señaló que su cuerpo, que fue exhumado, “no tenía ningún proyectil de bala”. Su hija dijo a Página/12 que no era diabético sino asmático, y relató que “la bala que le sacaron en el hospital desapareció misteriosamente”.
Cinco policías llegaron a estar acusados por la fiscalía, porque a las 3.30 de la madrugada del 20 de diciembre los manifestantes acorralaron a varios uniformados contra las puertas del Congreso, tirándoles con lo que tenían a mano, y éstos respondieron disparando. Pero cuando se realice el juicio oral por la masacre, en teoría a mediados de 2012, ningún policía o funcionario será juzgado por el caso de Cárdenas. Sin embargo, los jueces de la Cámara Federal Gabriel Cavallo y Horacio Vigliani habían tomado como referencia “el suceso en que resultó herido de bala de plomo Jorge Demetrio Cárdenas” cuando pidieron la indagatoria de Fernando de la Rúa por homicidio culposo. Consideraron que el ex presidente debió haber tomado conciencia de la dimensión de la represión que había desatado con su orden de desalojar la Plaza de Mayo, como requisito para negociar con la oposición. “A partir de dicha circunstancia debió haber cesado la confianza de los funcionarios políticos del Poder Ejecutivo en la policía, en lo atinente a la contención de las manifestaciones”, escribieron. Al parecer, a pesar de este “aviso elocuente”, el ex presidente no sólo estaba mirando otro canal, también estaba mirando otra foto.

La noche de la foto
La escena recorrió el mundo, pareció ser el primer muerto de la masacre del día después. Pero Jorge Demetrio Cárdenas estaba vivo cuando unos pocos reporteros tomaron esa foto y “con la otra mano llamábamos a una ambulancia”, como recuerda Gonzalo Martínez, de Página/12. Era la madrugada del 20 de diciembre y los manifestantes de Plaza de Mayo iban hacia Congreso. “La sensación de momento histórico la tuve desde que escuché las cacerolas, parado en la puerta del diario mientras la gente salía como hormigas hacia la plaza. Los fotógrafos, que venían de un larguísimo día de saqueos, ya se habían ido, pero tenía que ir a ver qué estaba pasando. El vértigo duró toda la semana”, dice Martínez.
“Cárdenas era de una generación distinta de la de la mayoría de los chicos que cayeron, estaba en una actitud de protesta, no beligerante y agresiva, aunque la bronca era normal porque todos estábamos mal, volaban balas por todas partes, y la Montada y las motos no paraban de agredir a la gente. Los reporteros y los motoqueros tuvimos un rol importante, como decirle a la cana ‘hasta acá, mirá que te estoy fotografiando’. El país al que había vuelto después de muchos años del exilio de mi padre se estaba desarmando y desangrando, y no se sabía qué venía después. Demetrio es la imagen de ese país desolado”, reflexiona Martínez. “La protesta frente al Congreso era importante, pero cuando empiezan a tirar se produce un desbande. Queríamos entrar a todos lados para escapar de las balas. El vandalismo viene generalmente después de la saturación de las balas. Ante la indignación, sí hubo emoción violenta, justificada y generada por los palazos. Los saqueos en el centro era romper lugares para cubrirse de los tiros. Era como Belfast o Bosnia, un país en guerra. Como reportero hay que abstraerse, pero fue mi límite. Me involucré y no me arrepiento”, agrega sobre su actitud en aquel momento. “No sabíamos de dónde venían las balas de plomo, pero llama la atención que no tengamos la imagen de nadie disparando a los que murieron. Pudo haber venido de cualquier lado”, dice abonando la teoría de la presencia de francotiradores, que, sin embargo, fue descartada en la investigación.
“Me produjo un vacío muy grande, no podía entender cómo alrededor del cuadro que yo estaba componiendo no había personas. Ese charco de sangre y él en esa soledad me dio la sensación de que era un país vacío, que había entrado en otro tiempo. El corría entre la gente, pero era un señor mayor. A diferencia de algunos pibes que había, él trató de calmar un poco, corrió junto a los chicos, pero jamás tuvo una actitud violenta. Se escuchaban balazos de todo tipo, pero no vi de dónde salió el que le pegó, sólo lo vi cayendo por los escalones, venía desarmándose hasta que cae casi delante mío, desangrándose”, dice el fotógrafo de Página/12 sobre Cárdenas. “Al parecer le habían pegado en la ingle, creo que se salvó de milagro, los reporteros empezamos a pedir a los gritos una ambulancia. Uno no puede intervenir porque no se puede tocar el cuerpo, pero sentí que tenía que hacer la imagen y también pedir ayuda. Estaba vivo cuando se lo llevaron, pero se lo veía muy mal, su cuerpo ya estaba como dejándose”, agrega Martínez.

17/12/11

Uno y los otros


Hay quienes se creen capaces de leer la vida de los demás como si se tratara de un cartografía lisa y llana. Hay quienes pretenden gobernar su mundo utilizando a los demás como soldaditos de pequeñas batallas. Batallas que no le cambiarán la vida a nadie, que no conquistarán derechos negados ni derrocarán tiranías opresoras. No, esas batallas se limitan a las competencias de los egos, de las "carreras", las  trayectorias y las proyecciones. Los pronósticos a la orden del día.
Desde ese pequeño lugar, hay quienes dictaminan sobre unos y otros, y hasta nos dicen lo que debemos hacer para vivir mejor y ser mejores.
Así, hay quienes van por la vida subestimando distintas experiencias de vidas. Porque no escuchan, no ven. Andan por ahí mostrándose tan seguros de sí, tan elegantemente ensimismados.
Hay quienes creen simplificarlo todo apenas con una frase, una sentencia, una cita, apenas una mirada por encima de sus hombros. Así, lo que para los demás, para nosotros, es un viaje, una vida, para ellos es apenas una huida y una más entre todas las huidas que conforman la triste vida de un otro cualquiera, que no tuvo la suerte de ser como ellos, que gobiernan un mundo de soldaditos descartables.

No estoy seguro de casi nada, no me importa lo que vean de mí. Sólo quiero andar y dejarme llevar por el viento del camino que me invite a vivir, pero sin dejar de interpelarme, de exigirme y de recordarme todo el tiempo la certidumbre del final. Es que jamás habrá un destino incierto... cantaba El Flaco.
Porque nadie es dueño de su viaje. Y eso es lo que aquellos que creen entenderlo todo, jamás experimentarán.

gn
(foto de Adriana Lestido)