En mi nota anterior (Mentir es violencia) ensayé un diagnóstico posible sobre el problema de la seguridad en términos de criminalidad.
Ahora quiero pensar en posibles caminos para tomar ante la tan mediatizada emergencia.
El miedo funciona como un motor permanente. Y sirve, entro otras cosas, para ejecutar ciertas medidas que en tiempos de “normalidad” no serían posibles institucionalizar. O bien, para ocultar otras emergencias más complejas y menos morbosas, por lo tanto menos atractivas para los grandes medios. Y digo morbosas en cuanto al gusto que prevalece por la violencia más explícita. Esa que genera tantas “placas rojas” y “noticias de último momento”. Esas noticias que se repiten 25 veces por día generando y multiplicando el miedo.
Pero con esto no quiero poner en duda el miedo, sino el uso mediático y político que se hace de él y su reproducción social.
Es importante hablar del miedo porque desde su uso siempre se recurren a las medidas y recetas que ya hablamos en la nota anterior y que no sólo fracasaron sino que ponen en jaque la salud republicana y democrática del Estado de Derecho.
Propongo que nos tomemos unos minutos, unas horas, un par de días para pensar. Para reflexionar. Para discutir. Para dialogar. Para planificar. Para evaluar. Para articular. Y que no hablemos del miedo sino de lo que hay que hacer para que el miedo no nos gane y termine tomando por asalto las políticas públicas. Que no sea el miedo el principio rector de las políticas públicas.
Señalaré, por ahora, un primer aspecto del problema. La reincidencia.
Si uno analiza el tratamiento del problema desde los grandes medios de comunicación, nos encontraremos que la preocupación se agudiza –y escandaliza- cuando nos encontramos ante un “delincuente” que reincide, que tiene antecedentes. Y se muestra la reincidencia como el centro del problema. ¿Cómo prevenir?. Y acá nos encontramos con la refritada respuesta de limitar las excarcelaciones, de aumentar las penas y todo lo que ya se implementó y fracasó en cuanto a la disuasión del delito.
El viernes 12 de diciembre pasado, la UNSAM inauguró un espacio universitario dentro de la Unidad Penitenciaria 48 del Partido de San Martín. Y pienso en ese hecho como una posible respuesta a la cuestión de la prevención.
Y esa respuesta no puede ser otra que la INSERCIÓN SOCIAL. La educación es un puente de oro para pensar en la inserción social. Pero no porque pensemos que sea la salida mágica del desempleo y la exclusión (está comprobado que obtener un título universitario no garantiza la salida laboral). Pensemos la educación como un camino a la humanización, la dignificación y recuperación de la identidad. Cómo la educación puede lograr modificar la “auto-percepción” que las personas tienen de sí.
La cárcel (el poder punitivo) modifica de manera tajante los roles de las personas que son sometidas a proceso penal. Quien cae en la red punitiva dejará de ser automáticamente un padre de familia, un hijo, un laburante ocupado o desocupado, un amigo, un esposo y todo aquello que “haya sido” afuera de la cárcel. Y pasa a ser un “preso”. No está preso: ES un preso. Esta modificación de los roles, esta supresión de los roles produce daños que, si se prolongan en el tiempo, pueden ser hasta irreversibles. Y así es como se retroalimenta la violencia social.
Pensemos entonces en una alternativa que colabore en la búsqueda identitaria de los roles que cada ser humano quiere y puede desarrollar en sociedad. Debemos abandonar de inmediato el modelo mediante el cual se perpetúan (a modo de tatuajes imborrables) las percepciones sociales basadas en la discriminación, estigmatización, segregación, guetización, etc.
Y la educación es un medio que da la posibilidad de trabajar, justamente, en la “auto-percepción” de las personas privadas de su libertad, que el sistema penal les ha impuesto a modo de “accesorias” del proceso penal.
Recordemos que la educación es un derecho fundamental que el Estado está obligado a garantizar. Encontraremos que las cárceles están llenas de personas que no han tenido acceso a los niveles básicos de la educación.
En lugar de pensar, entonces, el problema de la reincidencia desde una concepción mística y represiva, propongo que lo abordemos desde la inserción socio-educativa. Por ahí (estoy convencido), nos irá mejor con los libros y los maestros que con la superpoblación carcelaria discriminatoria.
publicado en www.24con.com.ar
22/12/08
19/12/08
Común
Debemos preguntarnos de nuevo qué significa vivir en comunidad.
Si comunidad nos remite al sentido de pertenencia o bien a la frontera que nos separa del resto. Por qué pensar en términos de “adentro y afuera”?. Por qué el nosotros y los otros?. Por qué la discriminación?.
Qué es lo que nos hace comunes entre todos?. Qué es lo que nos une en común unión?.
Y no se trata de igualar. De que seamos todos igualitos. De que no se acepte la diferencia. Lo distinto. Sino más bien todo lo contrario. Lo que debe hacernos comunes entre todos es, justamente, la aceptación de lo que nos diferencia. Lo que nos hace únicos e irrepetibles.
Será ese el sentido de humanidad?. El que nos impera defender el respeto por el otro?. El que nos conmueve ante las injusticias en cualquier lugar del mundo?. El que nos angustia ante tanta insensibilidad y envidia?.
Por qué no podemos mirarnos a los ojos y tan sólo escucharnos?. Por qué no nos animamos a preguntar más que a contestar rápido y tajantemente?.
Por qué no nos pensamos de nuevo?.
Qué significa que vivamos en comunidad?.
Si es lo que nos une, o lo que nos separará del resto?.
Lo pregunto mientras veo cómo esta sociedad se va dividiendo en Islas. Y claro, hay que defender la sociedad para que no nos invadan los otros, quienes vienen desde islas más lejanas y olvidadas. Y hay que defender la sociedad cueste lo que cueste. El fin justificará los medios. La moral vuelve sobre la ética. Y la verdad, será absoluta y única.
Qué hacemos con los otros?. Con los que vienen de tan lejos. Desde aquellas islas que tanto nos recuerdan al pasado más tormentoso de nuestra existencia, por fin superado una vez que hemos delimitado nuestras propias islas. Una vez que hemos erigido nuestras fortalezas y muros interminables. Una vez que nuestros ejércitos alcanzaron poderes ilimitados para cuidarnos. De quiénes?. De nosotros?. No, por supuesto. De los otros.
Nosotros no somos los otros. Nosotros por suerte estamos adentro. Ellos, los otros, afuera.
Aquí en nuestra sociedad todo reluce, todo está estable. Aquí por suerte no se hace más política. Todo se gestiona. Todo se logra. Y todo se cuida porque los castigos contra las faltas hacia los bienes patrimoniales son cada vez más severos. El peor castigo, casi el único que queda: la expulsión hacia el afuera. Donde viven los otros. Así el orden es incuestionable y maravilloso.
Así, le rendimos culto religioso a “los museos de grandes novedades”. Porque el pasado no existe más. La memoria es sólo una anécdota nostálgica que no se dice más.
Así, nunca será triste la verdad, porque hemos aceptado de una buena vez que ya no tendrá más remedio.
Así, nada merece ser modificado. Nada necesita ser reflexionado. Nada puede ser cuestionado. El orden, el dulce orden, es el bien jurídico a proteger.
Es esta acaso la comunidad que deseamos construir?. En la que deseamos convivir?. Donde hay personas a las que se les niega el derecho a tener derechos.
Donde hay niños que no son niños sino menores que deben ser encerrados, y cuanto más chicos mejor.
Donde hay quienes son jueces de otros para encerrar en lugares indecibles.
Por qué?. Porque hay que defender la sociedad que nos garantiza el bienestar. Porque no alcanza para todos. Entonces que sobreviva el más fuerte. O el que tenga un dirigente amigo.
Si hemos tomado la decisión de que esto será así. Entonces me voy con los otros. Para pensar de nuevo palabras tales como solidaridad, sensibilidad, humildad, humanidad.
Me niego de forma rotunda y rebelde a renunciar a pensar. Mucho menos a que me obliguen. Porque alguien una vez me enseñó que rebelde es aquél que no hace lo que quiere, sino lo que debe. Y no debemos perder nuestro sentido de humanidad. Es la última batalla por perder.
(publicado por GN en www.laliebredechivilcoy.com.ar, sábado 14 de diciembre de 2008)
Si comunidad nos remite al sentido de pertenencia o bien a la frontera que nos separa del resto. Por qué pensar en términos de “adentro y afuera”?. Por qué el nosotros y los otros?. Por qué la discriminación?.
Qué es lo que nos hace comunes entre todos?. Qué es lo que nos une en común unión?.
Y no se trata de igualar. De que seamos todos igualitos. De que no se acepte la diferencia. Lo distinto. Sino más bien todo lo contrario. Lo que debe hacernos comunes entre todos es, justamente, la aceptación de lo que nos diferencia. Lo que nos hace únicos e irrepetibles.
Será ese el sentido de humanidad?. El que nos impera defender el respeto por el otro?. El que nos conmueve ante las injusticias en cualquier lugar del mundo?. El que nos angustia ante tanta insensibilidad y envidia?.
Por qué no podemos mirarnos a los ojos y tan sólo escucharnos?. Por qué no nos animamos a preguntar más que a contestar rápido y tajantemente?.
Por qué no nos pensamos de nuevo?.
Qué significa que vivamos en comunidad?.
Si es lo que nos une, o lo que nos separará del resto?.
Lo pregunto mientras veo cómo esta sociedad se va dividiendo en Islas. Y claro, hay que defender la sociedad para que no nos invadan los otros, quienes vienen desde islas más lejanas y olvidadas. Y hay que defender la sociedad cueste lo que cueste. El fin justificará los medios. La moral vuelve sobre la ética. Y la verdad, será absoluta y única.
Qué hacemos con los otros?. Con los que vienen de tan lejos. Desde aquellas islas que tanto nos recuerdan al pasado más tormentoso de nuestra existencia, por fin superado una vez que hemos delimitado nuestras propias islas. Una vez que hemos erigido nuestras fortalezas y muros interminables. Una vez que nuestros ejércitos alcanzaron poderes ilimitados para cuidarnos. De quiénes?. De nosotros?. No, por supuesto. De los otros.
Nosotros no somos los otros. Nosotros por suerte estamos adentro. Ellos, los otros, afuera.
Aquí en nuestra sociedad todo reluce, todo está estable. Aquí por suerte no se hace más política. Todo se gestiona. Todo se logra. Y todo se cuida porque los castigos contra las faltas hacia los bienes patrimoniales son cada vez más severos. El peor castigo, casi el único que queda: la expulsión hacia el afuera. Donde viven los otros. Así el orden es incuestionable y maravilloso.
Así, le rendimos culto religioso a “los museos de grandes novedades”. Porque el pasado no existe más. La memoria es sólo una anécdota nostálgica que no se dice más.
Así, nunca será triste la verdad, porque hemos aceptado de una buena vez que ya no tendrá más remedio.
Así, nada merece ser modificado. Nada necesita ser reflexionado. Nada puede ser cuestionado. El orden, el dulce orden, es el bien jurídico a proteger.
Es esta acaso la comunidad que deseamos construir?. En la que deseamos convivir?. Donde hay personas a las que se les niega el derecho a tener derechos.
Donde hay niños que no son niños sino menores que deben ser encerrados, y cuanto más chicos mejor.
Donde hay quienes son jueces de otros para encerrar en lugares indecibles.
Por qué?. Porque hay que defender la sociedad que nos garantiza el bienestar. Porque no alcanza para todos. Entonces que sobreviva el más fuerte. O el que tenga un dirigente amigo.
Si hemos tomado la decisión de que esto será así. Entonces me voy con los otros. Para pensar de nuevo palabras tales como solidaridad, sensibilidad, humildad, humanidad.
Me niego de forma rotunda y rebelde a renunciar a pensar. Mucho menos a que me obliguen. Porque alguien una vez me enseñó que rebelde es aquél que no hace lo que quiere, sino lo que debe. Y no debemos perder nuestro sentido de humanidad. Es la última batalla por perder.
(publicado por GN en www.laliebredechivilcoy.com.ar, sábado 14 de diciembre de 2008)
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