La historia de
Cárdenas
Fue la foto que anunció que empezaba la masacre. En la
madrugada del 20 de diciembre de 2001, un hombre yacía en las escalinatas del
Congreso. De milagro salvó la vida por unos meses y ahora su nombre es una
causa abierta.
Por Adriana Meyer
Esa madrugada no pudieron convencerlo de quedarse. “Yo
también soy un trabajador que no me alcanza la plata y nos están robando, tengo
que estar ahí, tenemos que echar a todos”, dijo Jorge Demetrio Cárdenas, y
salió con su hijo Martín y un vecino. La familia se quedó en su casa de Merlo y
prendió el televisor porque otra vecina había ido corriendo a avisarles:
“Pongan Crónica, están diciendo que mataron a tu papá”. Así lo vieron, tirado
en un charco de sangre al pie de las escalinatas del Congreso. “Desesperados,
ciegos de dolor, no sabíamos qué hacer, no teníamos en qué ir hasta Capital,
esa noche todo era un caos. Un remisero amigo nos llevó con mi hermano Juan. En
la radio decían que trasladaban al primer herido de bala de plomo al Hospital
Ramos Mejía. Cuando llegamos lo estaban operando, le pusieron dos litros de
sangre y le salvaron la vida”, dice Verónica Cárdenas a Página/12.
Ese 20 de diciembre de 2001 los medios lo habían dado por
muerto, pero su esposa, Blanca Lobo, llamó a varios para pedirles que lo
desmintieran, “no sea cosa que vaya a pasarle algo si creen que está muerto”.
Tenían miedo, en los días que siguieron recibieron amenazas y llegaron a tener
custodia de Gendarmería. Cárdenas fue baleado dos veces, una en la ingle con un
balazo que le perforó la arteria femoral y otra en la pierna, de donde le
sacaron un proyectil de 9 milímetros.
Cárdenas había sobrevivido luego de ser baleado en el
Congreso y el día que declaró Fernando De la Rúa fue a Comodoro Py con una
copia de la foto que lo muestra tirado en las escalinatas. Tuvo fuerzas para ir
a alguna reunión de las asambleas multisectoriales que florecían por esos días,
donde mostraba orgulloso sus cicatrices, como heridas de guerra. Pero comenzó a
deprimirse luego de la muerte de su hermana. “Pasaron los días, los meses, y mi
papá empeoraba, tenía miedo, no podía ir a trabajar, extrañaba mucho a la mamá
de Darío, que falleció por depresión al año que mataron a mi primo. Quedo solo
en ese momento, luchando por él”, dice su hija. El 22 de julio de 2002 fue
internado por alta presión, tuvo un ACV y no pudo salir de la terapia
intensiva, falleció cinco días después. “Fue una lucha que no pudo ganar, esto
fue a consecuencia de los disparos que le provocó la Policía Federal, pedimos
justicia, que el policía gatillo fácil que le disparó vaya a la cárcel”, afirma
su hija, Verónica Cárdenas, como vocera de la familia.
La vida
Cárdenas nació en Bahía Blanca, tenía 52 años, era
martillero público, llegó a tener cinco inmobiliarias y fue delegado municipal
de Libertad, en el partido de Merlo. “Tenía varios hermanos, a dos no conoció
porque su mamá los dio en adopción, pero creció con otras dos hermanas en
Temperley”, cuenta su hija. “Le iba bien en los negocios, era muy solidario y se
fue ganando cariño y respeto en el barrio”, agrega Verónica, que nació luego de
Juan Manuel y antes que Sergio Martín, los tres hijos de la pareja. “Era un
romántico, me conozco todas las películas de Sandro por él, en las fiestas
salía a bailar y animaba a todos, le gustaba Luis Miguel pero también los
Redonditos de Ricota, le compraba los cassettes a mi hermano Martín, que hoy es
fanático”, recuerda. De sus cuatro nietos sólo llegó a conocer a Marina, la
hija mayor de Verónica que hoy tiene 15 años. “Era la luz de sus ojos, jugaba
con ella tirado en el piso como no había podido hacer con nosotros porque
trabajaba mucho”, dice.
La mujer es madre soltera, cuenta que salió a limpiar casas
con su mamá cuando se quedaron sin nada, y agradece “al ex presidente Néstor
Kirchner que nos recibió y nos dio trabajo”. Para ella, la “rebelión popular
contra el presidente De la Rúa” se interpuso en su vida familiar. “Ese día
salió la gente de plata porque le habían robado su dinero, pero más tarde salió
todo el pueblo porque nos dimos cuenta de que también a los más pobres nos
habían tocado el bolsillo”, dice. “A papá lo tratamos de frenar porque lo que
se veía por la tele era sólo represión, pero no quiso quedarse”, recuerda sobre
aquella madrugada.
Según su hija, así era su carácter. “El 29 de abril de 1994
en una emboscada que La 12 de Boca, cuando el líder era El Abuelo, le hace a
hinchas de River luego de un partido, donde River ganó 2 a 0, mataron a mi
primo Walter Darío Vallejos junto a otro chico, Angel Delgado. Para mi papá fue
un golpe muy duro, mi primo tenía 19 años y era su sobrino y ahijado, juró que
iba a hacer justicia y así fue, no paró hasta que metió a toda La 12 en la
cárcel, fue histórico, nunca había pasado algo así”, dice con orgullo sobre
aquella sentencia que condenó al fallecido José Barritta a 13 años por
asociación ilícita. “Hizo todo lo que estaba a su alcance, como nos enseñó a
ser leales, buena gente y transparentes, papá fue muy compañero y amigo”,
describe Verónica. Su papá era hincha de Boca pero luego de la emboscada fatal
dejó de serlo.
La causa
La esposa y los hijos acudieron a los tribunales federales
de Retiro y fueron escuchados por la fiscalía. Sin embargo, para la Justicia,
Cárdenas murió porque “era un hombre enfermo que tenía diabetes” y no por las
heridas del 20 de diciembre de 2001. El informe que recibió la jueza federal
María Servini de Cubría señaló que su cuerpo, que fue exhumado, “no tenía
ningún proyectil de bala”. Su hija dijo a Página/12 que no era diabético sino
asmático, y relató que “la bala que le sacaron en el hospital desapareció
misteriosamente”.
Cinco policías llegaron a estar acusados por la fiscalía,
porque a las 3.30 de la madrugada del 20 de diciembre los manifestantes
acorralaron a varios uniformados contra las puertas del Congreso, tirándoles
con lo que tenían a mano, y éstos respondieron disparando. Pero cuando se
realice el juicio oral por la masacre, en teoría a mediados de 2012, ningún
policía o funcionario será juzgado por el caso de Cárdenas. Sin embargo, los
jueces de la Cámara Federal Gabriel Cavallo y Horacio Vigliani habían tomado
como referencia “el suceso en que resultó herido de bala de plomo Jorge
Demetrio Cárdenas” cuando pidieron la indagatoria de Fernando de la Rúa por
homicidio culposo. Consideraron que el ex presidente debió haber tomado
conciencia de la dimensión de la represión que había desatado con su orden de
desalojar la Plaza de Mayo, como requisito para negociar con la oposición. “A
partir de dicha circunstancia debió haber cesado la confianza de los
funcionarios políticos del Poder Ejecutivo en la policía, en lo atinente a la
contención de las manifestaciones”, escribieron. Al parecer, a pesar de este
“aviso elocuente”, el ex presidente no sólo estaba mirando otro canal, también
estaba mirando otra foto.
La noche de la foto
La escena recorrió el mundo, pareció ser el primer muerto de
la masacre del día después. Pero Jorge Demetrio Cárdenas estaba vivo cuando
unos pocos reporteros tomaron esa foto y “con la otra mano llamábamos a una
ambulancia”, como recuerda Gonzalo Martínez, de Página/12. Era la madrugada del
20 de diciembre y los manifestantes de Plaza de Mayo iban hacia Congreso. “La
sensación de momento histórico la tuve desde que escuché las cacerolas, parado
en la puerta del diario mientras la gente salía como hormigas hacia la plaza.
Los fotógrafos, que venían de un larguísimo día de saqueos, ya se habían ido,
pero tenía que ir a ver qué estaba pasando. El vértigo duró toda la semana”,
dice Martínez.
“Cárdenas era de una generación distinta de la de la mayoría
de los chicos que cayeron, estaba en una actitud de protesta, no beligerante y
agresiva, aunque la bronca era normal porque todos estábamos mal, volaban balas
por todas partes, y la Montada y las motos no paraban de agredir a la gente.
Los reporteros y los motoqueros tuvimos un rol importante, como decirle a la
cana ‘hasta acá, mirá que te estoy fotografiando’. El país al que había vuelto
después de muchos años del exilio de mi padre se estaba desarmando y
desangrando, y no se sabía qué venía después. Demetrio es la imagen de ese país
desolado”, reflexiona Martínez. “La protesta frente al Congreso era importante,
pero cuando empiezan a tirar se produce un desbande. Queríamos entrar a todos
lados para escapar de las balas. El vandalismo viene generalmente después de la
saturación de las balas. Ante la indignación, sí hubo emoción violenta,
justificada y generada por los palazos. Los saqueos en el centro era romper
lugares para cubrirse de los tiros. Era como Belfast o Bosnia, un país en
guerra. Como reportero hay que abstraerse, pero fue mi límite. Me involucré y
no me arrepiento”, agrega sobre su actitud en aquel momento. “No sabíamos de
dónde venían las balas de plomo, pero llama la atención que no tengamos la
imagen de nadie disparando a los que murieron. Pudo haber venido de cualquier
lado”, dice abonando la teoría de la presencia de francotiradores, que, sin
embargo, fue descartada en la investigación.
“Me produjo un vacío muy grande, no podía entender cómo
alrededor del cuadro que yo estaba componiendo no había personas. Ese charco de
sangre y él en esa soledad me dio la sensación de que era un país vacío, que
había entrado en otro tiempo. El corría entre la gente, pero era un señor
mayor. A diferencia de algunos pibes que había, él trató de calmar un poco,
corrió junto a los chicos, pero jamás tuvo una actitud violenta. Se escuchaban
balazos de todo tipo, pero no vi de dónde salió el que le pegó, sólo lo vi
cayendo por los escalones, venía desarmándose hasta que cae casi delante mío,
desangrándose”, dice el fotógrafo de Página/12 sobre Cárdenas. “Al parecer le
habían pegado en la ingle, creo que se salvó de milagro, los reporteros
empezamos a pedir a los gritos una ambulancia. Uno no puede intervenir porque
no se puede tocar el cuerpo, pero sentí que tenía que hacer la imagen y también
pedir ayuda. Estaba vivo cuando se lo llevaron, pero se lo veía muy mal, su
cuerpo ya estaba como dejándose”, agrega Martínez.