Nuevamente estamos a la vanguardia de las grandes ideas: como los muros de la vergüenza de Estados Unidos de Norteamérica y de Israel, hemos importado para nuestro conurbano bonaerense una propuesta que seguramente se convertirá en slogan electoral: “La seguridad se hace… con muros”.
Desde la última dictadura militar al Menemismo (extendiendo el concepto “menemismo”, en su programa político, al efímero pero sangriento gobierno de La Alianza) se consolidó la matriz social (político, económico y cultural) de la exclusión. La sociedad argentina se convirtió, desde entonces, en una “Sociedad excluyente” (Svampa, 2005). El corolario de semejante empresa fue el 60 % de pobreza allá por comienzos de este siglo.
Desde la “reforma del Estado”, que destruyó los pilares que justificaban la existencia del Estado, el menemato inauguró lo que hoy conocemos como “pobreza estructural”. Aquél presidente se justificó diciendo: “siempre habrán pobres”. Y debemos darle la razón: sus políticas condenaron y perpetuaron generaciones de argentinos a la pobreza.
Hoy vemos intentos, marchas y contramarchas, de romper con esa Matriz excluyente. Pero también se observa el fortalecimiento de un proyecto “extractivo-exportador”, como así también la consolidación de un “neo-desarrollismo”, que intenta rescatar a “nuestra burguesía nacional” concentrada desde siempre en pocas manos.
Es decir, la “desigualdad social”, que agrava la ya pobreza estructural, todavía sigue siendo un problema “coyuntural” y no “estructural” para la agenda política mediatizada.
La creciente desigualdad social despierta viejas nostalgias y nuevas vanguardias en materia de discriminación y violencia.
Fue Rückauff quien para “combatir el delito” prometió y cumplió con su plan sistemático de “bala para los delincuentes”. Y fracasó (o bien tu "éxito", según desde qué perspectiva lo veamos). Perdimos todos: nuestra sociedad se tornó más violenta y el Estado se degradó en la ilicitud de un plan criminal.
Ahora viene el intendente de San Isidro a construir un Muro. Pretende dividir, separar, segregar, discriminar las clases sociales que conviven en el contraste social más violento y grosero que haya vivido nuestra historia. El intendente Posse viene a avalar con su Muro la idea de que existen “clases peligrosas” (que no es novedosa pero que se actualiza persistentemente): el excluido social se convierte en la nueva amenaza, en el nuevo “enemigo interno”. Y para “combatir el peligro” se le ocurre la brillante idea de construir un muro. Un gueto: “somos todos iguales, pero hay quienes somos más iguales que otros”.
Seguimos así prisionalizando la sociedad: el country primero, luego el barrio cerrado, la plaza enrejada, las zanjas y ahora el barrio popular cercado por un muro.
Hay políticos y opinadores mediáticos que siguen pensando los problemas sociales desde la matriz excluyente.
Y tenemos a nuestro alcance otra matriz: educación, cultura, salud, trabajo, justicia, inclusión social. No es tan difícil. Pensar desde la paz y no desde la violencia. No desde la segregación sino desde la integración. Debemos revalorizar, repensar y reconstruir el significado de la paz social para que no termine convirtiéndose, para siempre, en prisionera de la ingenuidad y la hipocrecía.
Que no nos volvamos como La Pared: sordos, ciegos y mudos. Todo al mismo tiempo y sin darnos cuenta.
Desde la última dictadura militar al Menemismo (extendiendo el concepto “menemismo”, en su programa político, al efímero pero sangriento gobierno de La Alianza) se consolidó la matriz social (político, económico y cultural) de la exclusión. La sociedad argentina se convirtió, desde entonces, en una “Sociedad excluyente” (Svampa, 2005). El corolario de semejante empresa fue el 60 % de pobreza allá por comienzos de este siglo.
Desde la “reforma del Estado”, que destruyó los pilares que justificaban la existencia del Estado, el menemato inauguró lo que hoy conocemos como “pobreza estructural”. Aquél presidente se justificó diciendo: “siempre habrán pobres”. Y debemos darle la razón: sus políticas condenaron y perpetuaron generaciones de argentinos a la pobreza.
Hoy vemos intentos, marchas y contramarchas, de romper con esa Matriz excluyente. Pero también se observa el fortalecimiento de un proyecto “extractivo-exportador”, como así también la consolidación de un “neo-desarrollismo”, que intenta rescatar a “nuestra burguesía nacional” concentrada desde siempre en pocas manos.
Es decir, la “desigualdad social”, que agrava la ya pobreza estructural, todavía sigue siendo un problema “coyuntural” y no “estructural” para la agenda política mediatizada.
La creciente desigualdad social despierta viejas nostalgias y nuevas vanguardias en materia de discriminación y violencia.
Fue Rückauff quien para “combatir el delito” prometió y cumplió con su plan sistemático de “bala para los delincuentes”. Y fracasó (o bien tu "éxito", según desde qué perspectiva lo veamos). Perdimos todos: nuestra sociedad se tornó más violenta y el Estado se degradó en la ilicitud de un plan criminal.
Ahora viene el intendente de San Isidro a construir un Muro. Pretende dividir, separar, segregar, discriminar las clases sociales que conviven en el contraste social más violento y grosero que haya vivido nuestra historia. El intendente Posse viene a avalar con su Muro la idea de que existen “clases peligrosas” (que no es novedosa pero que se actualiza persistentemente): el excluido social se convierte en la nueva amenaza, en el nuevo “enemigo interno”. Y para “combatir el peligro” se le ocurre la brillante idea de construir un muro. Un gueto: “somos todos iguales, pero hay quienes somos más iguales que otros”.
Seguimos así prisionalizando la sociedad: el country primero, luego el barrio cerrado, la plaza enrejada, las zanjas y ahora el barrio popular cercado por un muro.
Hay políticos y opinadores mediáticos que siguen pensando los problemas sociales desde la matriz excluyente.
Y tenemos a nuestro alcance otra matriz: educación, cultura, salud, trabajo, justicia, inclusión social. No es tan difícil. Pensar desde la paz y no desde la violencia. No desde la segregación sino desde la integración. Debemos revalorizar, repensar y reconstruir el significado de la paz social para que no termine convirtiéndose, para siempre, en prisionera de la ingenuidad y la hipocrecía.
Que no nos volvamos como La Pared: sordos, ciegos y mudos. Todo al mismo tiempo y sin darnos cuenta.
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