9/7/09

políticos "superstars"

¿Porqué nos vemos obligados a depositar nuestras expectativas y esperanzas en las virtudes de quien gobierna?.
Desde Platón se dice que un gobierno expresa las características personales de quien gobierna. Entonces, una democracia construida bajo ese criterio exige que el gobernante sea una especie de “súper hombre virtuoso”, que supere la media de los ciudadanos de a pie. Es posible construir un país en serio así?.
El problema que presenta nuestra crisis institucional es más estructural que individual. El problema está en el diseño constitucional y no en la persona del funcionario.
Se habla, entonces, de una “democracia delegativa” y de un “hiperpresidencialismo hipertrofiado”. En la primera, los representados regalan su representatividad al poder ejecutivo, en vez de delegársela, como manda el sistema representativo, al Congreso, como máxima expresión de la voluntad popular.
El hiperpresidencialismo fuerza al extremo, al punto de la hipertrofia, las prerrogativas que la Constitución le otorga a la figura del Presidente y, con ello, se corroen los límites de la división de poderes.
En ambos casos las responsabilidades son mucho más repartidas y compartidas de lo que se piensa y se dice. La sociedad evidencia su escaso compromiso con el ideario democrático. Se reclama más eficacia que eficiencia.
La educación debería jugar aquí un papel fundamental para la construcción de una sociedad y una ciudadanía más democrática.
Pero el Congreso, nunca termina de asumir su papel institucional protagónico en la vida democrática; que es representar cabalmente la “voluntad popular” y garantizar el debido control de “frenos y contrapesos”.
Esta crisis institucional se refleja superficialmente cuando, por ejemplo, se compara los períodos presidenciales de acuerdo a las personalidades de los presidentes y no así, con igual severidad y rigurosidad, las políticas públicas implementadas. Lo vimos con el fallecimiento del ex presidente Alfonsín; y también en las últimas elecciones.
Se dice que gran parte del voto opositor se debió más al malestar de “la gente” por el denominado “etilo k”, que a las bondades de las propuestas opositoras.
Si bien puede decirse que detrás del malestar anti-k hay condicionamientos ideológicos, que esconden un malestar más profundo que la antipatía hacia el estilo personal del matrimonio K; finalmente sólo se expresa la preocupación por la nata, sin importar la calidad de la leche.
Y desde este malestar superficial, ganaron las últimas elecciones tanto el justicialismo conservador como el conservadurismo anti-peronista. Y como quien no quiere la cosa se asomó el voto progre algo autista y un tanto gorila.
Pero habrá que reflexionar y preguntarnos, entonces y sobre todo, qué fue lo que perdió en estas últimas elecciones.

Pensemos más allá de los estilos personales y reflexionemos, al fin y seriamente, sobre qué clase de País queremos. Qué tipo de gobierno necesitamos. Necesitamos diseñar una nueva institucionalidad que garantice mayor participación y deliberación popular. Necesitamos democratizar la democracia, democratizando la educación y la ciudadanía.
Necesitamos discutir algo más que un modelo presidencialista. Necesitamos rediscutir y deconstruir la “representatividad popular”. Repensar y deconstruir la “voluntad popular”. Cómo fortalecerla y despertarla de su larga siesta suicida.
Hablar de instituciones no es hablar de edificios, como lo hacen nuestros republiqueteros de boliche barato.
Hablar de institucionalidad es hablar de diseños e ingenierías constitucionales donde la justicia, la equidad, la educación y la salud sean estrategias de gobierno, además de derechos fundamentales de los ciudadanos. Y dichas estrategias serán los pilares que sostienen el Estado, ese “gigante en convulsiones” que algunos intentan poner en cuarentena, con discursos presuntamente republicanos y demócratas pero que esconden “un plan”, que huele a plan neoliberal y neoconservador.
Hablar de institucionalidad es pensar en un País que no necesite “declaraciones de emergencia”. Porque la emergencia refleja la ausencia de políticas de estado. Y este es un país marcado por la emergencia.
Después de dos meses de gripe A en Argentina, el nuevo Ministro de Salud de la Nación anunció que desde el 2002 tenemos declarada ya la emergencia sanitaria.
Qué tiempo vital hemos perdido. Cuántas muertes hubiésemos evitado de no necesitar la emergencia, como clave de lectura, para solucionar los problemas. Si contáramos, en definitiva, con un diseño arquitectónico de prevención, primero, y de contención después. Y no podemos dejar que esto dependa de estilos personales de gobierno.

Ojo, que la ignorancia y el individualismo son la peor pandemia, porque matan despacito y en silencio… Que el barbijo no nos tape el bosque.
/gn/

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