29/7/09

El verdugo y el alcohol. De Fernando San Romé

Era una mañana ventosa en ese pueblo remoto e inmemorial con un pequeño puerto, ideal para morada de huidizos delincuentes y verdugos.
Todo lo que conocía en su vida se relacionaba con el alcohol. A partir de los 45 años para él, edad que tuvo que abandonar su trabajo de policía, se detuvo el tiempo, y todo pasó a las habitaciones que abre el olvido. Habían pasado 28 años y llegaba el momento de que el misterio se revelara…
Ese día, mientras se desperezaba, maldecía la sobredosis de alcohol que le provocaba esa resaca.
Los excesos durante esos días habían provocado un descanso profundo y duradero, tanto que no tuvo tiempo para comprar café y aspirinas, única combinación que le arrancaba el dolor de su frente.
Se sentó en el borde de la cama y con las manos como pinzas se toma la cabeza, cerró los ojos y se comprimió fuertemente las sienes.
Esa maniobra le permitía, por unos minutos, aliviar ese dolor insoportable.
Estaba solo, sábanas sucias, sobre un colchón sudado y hueco, en una habitación húmeda y calurosa, porque era verano. Él pensaba que en su habitación fría en invierno y caliente en verano, se transformaba en un camarón poiquilotermo, adaptándose más o menos al clima exterior, pero siempre el alcohol del vino, la ginebra, el whisky, lo aislaban de las sensaciones térmicas. Por la hendija de la persiana penetraba un delgado haz de luz en línea recta que se filtraba para demostrar que ese cuarto no era bendecido por el escobillón, y cuando los pies se apoyan sobre el piso de madera y da unos pasos, el polvillo de la habitación provocaba un efecto físico hermoso de partículas flotando brillantes en el aire, y él lo observaba maravillado mientras pensaba que no había dudas de que del polvo venimos, de esa ínfima pequeñez. Era lo más romántico que le brotaba.
Su mujer había desaparecido bajo las alas de otro hombre que la hizo más feliz, incluso conoció que se podía vivir con un sin ser agredida físicamente. Sus hijos poco lo visitaban, eran 2 varones de 30 y 34 años que la vergüenza por el pasado de su padre los alejó definitivamente. Uno ingeniero civil y el otro profesor de educación física aprendieron en la Universidad que no se podía jugar así con otros seres humanos, y no lo perdonaron.
Esa mañana al fin logra levantarse, lavarse la cara con agua fría, y sus manos; que por más que corra el agua mecánicamente sobre ellas, siempre y eternamente seguirían sucias y culpables.
Entre las botellas que removió en la mesada de la pequeña cocina y la vajilla sin lavar logra encontrar una petaca con ginebra, la cual bebe de un sorbo, el último. Enciende un cigarrillo y la radio, en la única estación que el dial permite y se sienta en la única silla de la mesa que sufrió la soledad y el olvido como él. Mira la ventana entreabierta y especula que los vecinos jamás se enterarán sobre lo que fue su pasado.
El almacenero que era el único personaje que lo conocía escasamente, siempre creyó que fue un marinero solitario y sin familia, que atracó su barco en ese pueblo pequeño, sobreviviendo con una escasa jubilación, la cual gastaba en alimentos, alguna jóven prostituta y en alcohol.
Entonces al ver en su horizonte que nada le quedaba tomó la carta que recibió esa mañana con una mano y con la otra una pistola calibre 22, la que apoyó muy valientemente sobre su sien, la misma que le dolía por el alcohol.
En ese momento la cefalea calmó. Se hizo un silencio y ni siquiera el pulso se aceleró. Estaba frío como un asesino, inmóvil, perplejo preparado para autoeliminarse.
De pronto golpean su puerta, entran 3 hombres y se lo llevan. Previamente abandona el arma bajo un diario.
El barrio, tranquilo, se alertó de la situación, y se asoma a la calle, curiosamente...
Lo ven alejarse acompañado en un automóvil por los 3 hombres y la casa queda abandonada definitivamente. El mudo, como le decían en el barrio, se fue para siempre.
El almacenero, indiscreto, recorre la casa que quedó sin llave, observando escasos recuerdos de ese misterioso hombre, alguna foto, alguna revista de historietas, el arma bajo el diario con una bala sin disparar, un poco de ropa y nada de valor. Se sospechaba un denso pasado en el ambiente. El vecino sorprendido levanta del suelo la carta que se soltó de la mano del mudo al entrar los 3 hombres y lee que al misterioso hombre el juez lo cita a declarar por la apropiación y robo de bebés durante la feroz dictadura sufrida en su país, además de la tortura a varias personas.
Cuando el auto con los 3 hombres se alejaba se lo vio al verdugo de pocas palabras sudoroso y pálido, como con un temor trémulo.
Se hizo de noche y la paz de cementerio de ese pueblo con un pequeño puerto siguió con su cotidiana vida tediosa.
/fsr/

Nota: Este es el primer aporte de Fernando para este Blog, tendremos más...
gn

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