Salvador Allende fue una espada clavada en una piedra.
Nunca más nadie pudo sacarla. Quedó allí para siempre.
Algunos quisieron esconder esa piedra con esa espada clavada en ella.
Otros quisieron destruirla. Otros directamente la ignoraron.
Pero sigue allí clavada. Ante los ojos del mundo.
Quisiera que al leer esto investigues sobre Salvador Allende.
Conocí chicos y chicas de 17 años que no lo conocían. No se enseña en la escuela sobre quién fue Salvador Allende. Cuando yo fui a la escuela obviamente tampoco se decía nada. Todavía resonaban las frenadas de los Falcon, los tiros y sobre todo, y ante todo, el “no te metás”.
Fue el último gran Estadista. El último gran político preocupado por “su gente”, a quienes representaba y se debía en “el poder”. Porque para Allende gobernar era ejercer y representar el Poder popular. Era un Líder porque lideraba ese mandato popular que era gobernar para todos, pero sobre todo para los que peor la pasaban, aquellos cuyas necesidades básicas eran notoriamente insatisfechas. Y permanentemente postergadas por todos los gobiernos.
Y Allende entendió a la perfección que, para cambiar la calidad de vida de los más pobres de su País, debía modificar la estructura económica de su País. Para ello debía interferir e intervenir en los negocios de los más poderosos.
Para redistribuir la riqueza había que apropiarse de la torta. Y Allende lo hizo. Por eso cayó. Por eso bombardearon “la casa de la moneda”. Por eso el gran País del norte apoyó al genocida de Pinochet. Por eso la Gran Reina fue la primera bailarina del Pogo del payaso asesino.
35 años pasaron ya de ese tristísimo episodio que marcó (¿para siempre?) la historia de un continente que no fue.
Allende dijo antes de morir, en sus últimas palabras públicas por radio, mientras Pinochet bombardeaba la casa de gobierno: “pagaré con mi vida la lealtad del pueblo”. Para Allende cumplir con su palabra de respetar la voluntad popular era más importante que cuidar su vida.
Su ejemplo vale ante tanto político tránsfuga. Tanto dirigente asustado ante la protesta social. Tanto funcionario obsecuente con el Imperio. Tanto puntero enriquecido. Su legado nos vacuna contra el cinismo, la hipocresía, el verso y actitudes cuasi-golpistas. Su mirada sostenida en el tiempo, mirando un horizonte cada vez más lejano que apunta a un mundo distinto, un mundo mejor, nos obliga a seguir luchando, a no detener nuestra marcha, a seguir siendo honestos y consecuentes con nuestros principios, sin miedo a vivir. Porque quien no tiene miedo a vivir, menos miedo le tendrá a la muerte.
Salvador es esa espada aún clavada en aquella piedra. Y ya nadie podrá ignorarla.
Publicado en La Liebre, sábado 27/09
29/9/08
18/9/08
2 años y mierda
hace dos años desaparecía López.
Qué pasó desde entonces?. Que pasa ahora?. Quién pregunta dónde está?, además de sus parientes y quienes lo buscan. Quién se lo llevó? quién lo tiene?. Porqué?.
Ultimas horas de la víctima
“Después de tanto tiempo puedo pensar que está muerto –dice sobre las declaraciones del ex ministro de Seguridad bonaerense León Arslanian al respecto–, pero a los efectos de la causa tengo que tener un cadáver y hacer un ADN, mientras tanto sigo buscando.” Al momento de reconstruir lo sucedido aquella mañana en Los Hornos, el juez cuenta que “no pudimos seguir la ruta de López, desde la casa hasta un local de Edelap, porque en un momento dado desaparece. Nadie vio nada y si vio no habla por temor. Sólo tres testigos declararon, entre ellos una mujer que habló con él y dijo que lo conocía de toda la vida. No estaba yendo al juicio porque el sobrino lo pasaba a buscar a las 9 y a las 10 y pico él estaba caminando, vestido con ropa diferente a la que llevaba a las audiencias. Había declarado espontáneamente, en mi juzgado y en el juicio oral, ¿por qué ese día no iba a ir?” En este punto el juez abona la hipótesis de que se dirigía a una reunión, a la que lo habría convocado un conocido, con la intención de hacerle cambiar su testimonio en el juicio. Este misterio se suma a las llaves que aparecieron tiempo después en su jardín, el cuchillo que faltaba en la casa, las aberturas sin señales de haber sido violentadas. “Hay que tener en cuenta también que López vivía en un barrio de policías, con los que tenía un trato de vecinos”, apunta.¿Qué pasó con el cadáver calcinado aparecido en Punta Lara, a pocas horas de la desaparición de López? “Sigue sin identificar, estaba totalmente quemado y no podíamos establecer el ADN sin saber con qué compararlo. Es raro el episodio, pero luego fueron apareciendo más de veinte cuerpos, nunca pensé que hubiera tanta gente muerta que nadie reclama”, dice Corazza. En ese momento, se acuerda de la pista aportada por un periodista alemán, que le sigue pareciendo la versión más verosímil de lo que le pudo haber ocurrido al albañil de 77 años. “Es la hipótesis de que (ex policías bonaerenses) lo mataron porque se negó a desdecirse de sus dichos en el juicio, algo similar me dijeron que ocurrió en Mar del Plata, y genera un descrédito a la causa, es un hecho político de mucha importancia”, enfatiza. Sin embargo, el juez dice que no pudo verificar la versión porque el periodista aportó referencias muy vagas y se amparó en el secreto a no revelar su fuente. Corazza recuerda que ese día Etchecolatz pedía la suspensión de los alegatos, como para que tuviera lugar la pretendida desmentida de López. “Muy loco no es pensar esto”, opina. Según declaró Jan Ronneburger, de la agencia DPA, una funcionaria nacional confirmó a sus informantes que el testigo estaba muerto.
“Después de tanto tiempo puedo pensar que está muerto –dice sobre las declaraciones del ex ministro de Seguridad bonaerense León Arslanian al respecto–, pero a los efectos de la causa tengo que tener un cadáver y hacer un ADN, mientras tanto sigo buscando.” Al momento de reconstruir lo sucedido aquella mañana en Los Hornos, el juez cuenta que “no pudimos seguir la ruta de López, desde la casa hasta un local de Edelap, porque en un momento dado desaparece. Nadie vio nada y si vio no habla por temor. Sólo tres testigos declararon, entre ellos una mujer que habló con él y dijo que lo conocía de toda la vida. No estaba yendo al juicio porque el sobrino lo pasaba a buscar a las 9 y a las 10 y pico él estaba caminando, vestido con ropa diferente a la que llevaba a las audiencias. Había declarado espontáneamente, en mi juzgado y en el juicio oral, ¿por qué ese día no iba a ir?” En este punto el juez abona la hipótesis de que se dirigía a una reunión, a la que lo habría convocado un conocido, con la intención de hacerle cambiar su testimonio en el juicio. Este misterio se suma a las llaves que aparecieron tiempo después en su jardín, el cuchillo que faltaba en la casa, las aberturas sin señales de haber sido violentadas. “Hay que tener en cuenta también que López vivía en un barrio de policías, con los que tenía un trato de vecinos”, apunta.¿Qué pasó con el cadáver calcinado aparecido en Punta Lara, a pocas horas de la desaparición de López? “Sigue sin identificar, estaba totalmente quemado y no podíamos establecer el ADN sin saber con qué compararlo. Es raro el episodio, pero luego fueron apareciendo más de veinte cuerpos, nunca pensé que hubiera tanta gente muerta que nadie reclama”, dice Corazza. En ese momento, se acuerda de la pista aportada por un periodista alemán, que le sigue pareciendo la versión más verosímil de lo que le pudo haber ocurrido al albañil de 77 años. “Es la hipótesis de que (ex policías bonaerenses) lo mataron porque se negó a desdecirse de sus dichos en el juicio, algo similar me dijeron que ocurrió en Mar del Plata, y genera un descrédito a la causa, es un hecho político de mucha importancia”, enfatiza. Sin embargo, el juez dice que no pudo verificar la versión porque el periodista aportó referencias muy vagas y se amparó en el secreto a no revelar su fuente. Corazza recuerda que ese día Etchecolatz pedía la suspensión de los alegatos, como para que tuviera lugar la pretendida desmentida de López. “Muy loco no es pensar esto”, opina. Según declaró Jan Ronneburger, de la agencia DPA, una funcionaria nacional confirmó a sus informantes que el testigo estaba muerto.
Página/12 del 9/9/08.
Eso es todo?, ya está?, ya pasó?... qué hacemos ahora?... nada?... después de 2 años qué hemos aprendido?. Qué decisiones hemos tomado?.
Mientras tanto los grandes medios nos hablan del "primer desaparecido de la democracia"... y si te digo que no lo es?... acaso López también desaparece de los medios? acaso ya no desapareció?.
Ya no sé qué más decir... ya no tengo ganas de decir más nada. Sólo cabe la indignación y la verguenza de esta sociedad que tolera todo, todo menos que "le metan la mano en el bolsillo al campo"...
cuánta mierda...
(fotografía: dibujo hecho por López en ocación del juicio a Echecolaz)
15/9/08
Los Tutores de la mano dura
En 1784 Immanuel Kant publicó “¿Qué es la Ilustración?”. Allí encontraremos postulados característicos de la “modernidad”.
Además de ser un “maestro de la humanidad” (Herder), Kant es uno de los primeros grandes maestros de la modernidad.
De todos los sentidos que se la atribuye al concepto Ilustración, Kant eligió el que persigue la emancipación: “Pensar por cuenta propia significa buscar dentro de uno mismo (o sea, en la propia razón) el criterio supremo de la verdad; y la máxima de pensar siempre por sí mismo es lo que mejor define a la Ilustración”.
Roberto Aramayo sintetiza: “Acostumbrarse a ejercitar nuestra propia inteligencia sin seguir necesariamente las pautas determinadas por cualquier otro. El hombre debe aprender a emanciparse de toda tutela y alcanzar una madurez intelectual que suele rehuir por simple comodidad” (“¿Qué es la ilustración?” Ed. Alianza 2004).
Kant propone tres caminos hacia esa emancipación: “1) pensar por cuenta propia, 2) pensar adoptando el punto de vista que tienen los demás y 3) mostrarse consecuente con uno mismo al pensar” (ob. cit.).
Concluye Aramayo: “Lo contrario del pensar por uno mismo equivale a dejarse guiar sin más por los prejuicios y la superstición. La Ilustración, por tanto, no significaría justamente sino liberarse de los prejuicios y la superstición” (conf. “Crítica del Juicio”).
Kant escribirá contra los Tutores, aquellos que impiden la emancipación, al pretender imponer recetas y fórmulas que evaden la responsabilidad individual del “libre pensar”.
Como se sabe “la libertad no es fantástica”: saber y conocer por cuenta propia, librándonos de los lugares comunes y de los velos que esconden la verdad, suele ser muy doloroso. Se trata de elegir aquella píldora que en The Matrix posibilitó a Neo emanciparse de la mentirosa Matriz que emulaba y alienaba la vida real.
Entonces, muchas veces resulta muy tentador adoptar como propios pensamientos o simples fórmulas discursivas vacías de todo contenido conceptual para tomar ciertos posicionamientos.
En “El conflicto de las Facultades” (1798) Kant denuncia a los médicos, abogados y sacerdotes como aquellos “tutores” que son funcionales al gobierno para manejar a los administrados.
Me haré cargo del rubro de los “Abogados”, por ser uno de ellos (una “rara avis”, por cierto), sin demonizar ni estigmatizar fácilmente porque si bien nos hemos ganado cierta fama, gracias a algunos especímenes inescrupulosos, lo cierto es que somos muchos más los que luchamos por el derecho, el Estado de derecho, la justicia, la verdad y los “derechos del hombre”. Y muchos abogados han dado su vida por sostener esos principios (rindo homenaje a Rodolfo Ortega Peña, asesinado por la Triple A).
Pero lamentablemente los abogados que ya denunciaba Kant son los que se llevan las tapas de los diarios. Y para colmo muchos abogados se convierten en políticos!.
Hablo de los “dueños de la verdad”, quienes tienen la “palabra revelada”. Y aquí aparece el peor de los sentidos de la “Ilustración”, la de “los iluminados que hablan por los demás”; sólo ellos fueron “iluminados por la verdad”, en tanto que el pueblo vive en las sombras.
Para no extenderme demasiado, tan sólo daré un ejemplo. Y es el de las recetas de Mano Dura: ejemplo de “prejuicios y supersticiones“, al decir de Kant.
En mi nota anterior hablé sobre el papel que juegan los medios de comunicación en la “construcción de la verdad” (ayudado por Hobbes). Aquí también juegan un papel protagónico en la exacerbación del miedo y el morbo.
No trato aquí de negar una “realidad”, sino de entender porqué se legitiman recetas que atentan contra los fundamentos del Estado de Derecho. Por miedo, por comodidad, por no pensar por nosotros mismos.
En Mendoza, de vieja tradición de mano dura desde los tiempos de Cobos como gobernador, se está por aprobar un “Acuerdo social por Seguridad” (ver Página/12, 02/09/08) que condensa las recetas tradicionales de mano dura.
Para finalizar, citaré las palabras de un funcionario mendocino renunciante, por rechazar este nuevo plan de mano dura:
“Discrepamos con este discurso según el cual los problemas de la violencia y la seguridad tienen que ver con ‘excesivos’ derechos y garantías que consagran la Constitución y los pactos internacionales de derechos humanos. Hay un mensaje de que estamos en una guerra y en las guerras no hay derechos, ni tampoco políticas activas frente a lo que es un problema estructural. Creemos que esto va a derivar en una escalada de violencia”.
Emancipemos nuestro pensamiento para ser libres de verdad.
La mentira es el atajo más fácil, el dulce antídoto que nos aliena de la realidad y nos aleja del camino de la razón y la verdad.
Animémosnos a elegir la píldora que nos despierte de La Matriz, como hizo Neo.
Además de ser un “maestro de la humanidad” (Herder), Kant es uno de los primeros grandes maestros de la modernidad.
De todos los sentidos que se la atribuye al concepto Ilustración, Kant eligió el que persigue la emancipación: “Pensar por cuenta propia significa buscar dentro de uno mismo (o sea, en la propia razón) el criterio supremo de la verdad; y la máxima de pensar siempre por sí mismo es lo que mejor define a la Ilustración”.
Roberto Aramayo sintetiza: “Acostumbrarse a ejercitar nuestra propia inteligencia sin seguir necesariamente las pautas determinadas por cualquier otro. El hombre debe aprender a emanciparse de toda tutela y alcanzar una madurez intelectual que suele rehuir por simple comodidad” (“¿Qué es la ilustración?” Ed. Alianza 2004).
Kant propone tres caminos hacia esa emancipación: “1) pensar por cuenta propia, 2) pensar adoptando el punto de vista que tienen los demás y 3) mostrarse consecuente con uno mismo al pensar” (ob. cit.).
Concluye Aramayo: “Lo contrario del pensar por uno mismo equivale a dejarse guiar sin más por los prejuicios y la superstición. La Ilustración, por tanto, no significaría justamente sino liberarse de los prejuicios y la superstición” (conf. “Crítica del Juicio”).
Kant escribirá contra los Tutores, aquellos que impiden la emancipación, al pretender imponer recetas y fórmulas que evaden la responsabilidad individual del “libre pensar”.
Como se sabe “la libertad no es fantástica”: saber y conocer por cuenta propia, librándonos de los lugares comunes y de los velos que esconden la verdad, suele ser muy doloroso. Se trata de elegir aquella píldora que en The Matrix posibilitó a Neo emanciparse de la mentirosa Matriz que emulaba y alienaba la vida real.
Entonces, muchas veces resulta muy tentador adoptar como propios pensamientos o simples fórmulas discursivas vacías de todo contenido conceptual para tomar ciertos posicionamientos.
En “El conflicto de las Facultades” (1798) Kant denuncia a los médicos, abogados y sacerdotes como aquellos “tutores” que son funcionales al gobierno para manejar a los administrados.
Me haré cargo del rubro de los “Abogados”, por ser uno de ellos (una “rara avis”, por cierto), sin demonizar ni estigmatizar fácilmente porque si bien nos hemos ganado cierta fama, gracias a algunos especímenes inescrupulosos, lo cierto es que somos muchos más los que luchamos por el derecho, el Estado de derecho, la justicia, la verdad y los “derechos del hombre”. Y muchos abogados han dado su vida por sostener esos principios (rindo homenaje a Rodolfo Ortega Peña, asesinado por la Triple A).
Pero lamentablemente los abogados que ya denunciaba Kant son los que se llevan las tapas de los diarios. Y para colmo muchos abogados se convierten en políticos!.
Hablo de los “dueños de la verdad”, quienes tienen la “palabra revelada”. Y aquí aparece el peor de los sentidos de la “Ilustración”, la de “los iluminados que hablan por los demás”; sólo ellos fueron “iluminados por la verdad”, en tanto que el pueblo vive en las sombras.
Para no extenderme demasiado, tan sólo daré un ejemplo. Y es el de las recetas de Mano Dura: ejemplo de “prejuicios y supersticiones“, al decir de Kant.
En mi nota anterior hablé sobre el papel que juegan los medios de comunicación en la “construcción de la verdad” (ayudado por Hobbes). Aquí también juegan un papel protagónico en la exacerbación del miedo y el morbo.
No trato aquí de negar una “realidad”, sino de entender porqué se legitiman recetas que atentan contra los fundamentos del Estado de Derecho. Por miedo, por comodidad, por no pensar por nosotros mismos.
En Mendoza, de vieja tradición de mano dura desde los tiempos de Cobos como gobernador, se está por aprobar un “Acuerdo social por Seguridad” (ver Página/12, 02/09/08) que condensa las recetas tradicionales de mano dura.
Para finalizar, citaré las palabras de un funcionario mendocino renunciante, por rechazar este nuevo plan de mano dura:
“Discrepamos con este discurso según el cual los problemas de la violencia y la seguridad tienen que ver con ‘excesivos’ derechos y garantías que consagran la Constitución y los pactos internacionales de derechos humanos. Hay un mensaje de que estamos en una guerra y en las guerras no hay derechos, ni tampoco políticas activas frente a lo que es un problema estructural. Creemos que esto va a derivar en una escalada de violencia”.
Emancipemos nuestro pensamiento para ser libres de verdad.
La mentira es el atajo más fácil, el dulce antídoto que nos aliena de la realidad y nos aleja del camino de la razón y la verdad.
Animémosnos a elegir la píldora que nos despierte de La Matriz, como hizo Neo.
4/9/08
Un leviatán a la derecha!
“Bernardo tenía mala leche... quedó lanata”
Del leviatán, escrito por Thomas Hobbes en 1651, suelen recordarse conceptos como “Estado de Naturaleza”, “la guerra de todos contra todos” y el “contrato que instituye la paz con la mediación de un Estado fuerte”.
Simplificando, cuando Hobbes hablaba de ese estado de naturaleza, se estaba refiriendo a “la guerra civil”. En una obra posterior Hobbes hizo referencia al caso concreto de la Revolución Inglesa como ejemplo de ese “estado de naturaleza”, que dijimos era la guerra civil. Esa obra se conoce con el nombre de Behemoth.
Curiosamente Hobbes, anticlerical, utiliza imágenes bíblicas para hablar del Estado y de la Guerra Civil. Un estudioso de Hobbes opina: “Hobbes escogió el monstruo citado en el Libro de Job porque reina sobre los hijos del orgullo, y nosotros humanos somos antes que nada movidos por nuestra vanidad, por la vana noción que tenemos de nuestro valor; es ésta, por cierto, la tercera causa de la guerra generalizada entre los hombres, de la ‘guerra de todos contra todos’” [1].
En tanto que sobre el hipopótamo dirá: “Hobbes insinuará que vivimos entre dos condiciones monstruosas, la de la paz bajo el gobierno absoluto (o mejor, el gobierno de un soberano) y de la guerra generalizada, esto es, el conflicto intestino que arroja al hermano contra el hermano. La guerra de todos contra todos es en realidad la guerra civil” [2]. En el Behemoth hablará sobre la segunda de las condiciones.
Y aquí encontraremos el lugar común donde se banaliza la obra de Hobbes. Usualmente escuchamos que se ejemplifica con El Leviatán al Estado totalizador, autoritario y violento. La causa de tal banalidad y superficialidad es el anacronismo con que se lee a Hobbes (y en general a toda la filosofía política moderna).
Debemos recordar que pensadores como Hobbes y Hegel (por citar otro ejemplo de filósofo que padece del anacronismo permanente) vivieron en épocas de mucha violencia, donde la tensión revolucionaria se respiraba todos los días. Estos pensadores se rompieron la cabeza para encontrar el fin a tanta violencia. Y el resultado de esa solución no se trató de oponer una violencia mayor. Trataron, con éxito, de racionalizar la contención de esa violencia bajo la figura de un Padre, de un Dios que infunde la Paz, mediante un Poder supremo, Soberano: El Estado [3]. Y “Su soberano no es un déspota, un sultán que gobierna mediante el pavor, pero el hecho de haber escogido a un monstruo para representar ese poder, ayudó a la fortuna crítica a pensarlo mediante la desmesura, la plenitud de mando desbordada, a veces incluso hasta el punto de infundir un miedo irrestricto” [4].
Así, este autor sostiene: “Su problema crucial en relación a los actores políticos y sociales de su tiempo no residía en los capitalistas, sino en los eclesiásticos. El clero, y no el capital, es el gran actor contra el que trabaja Hobbes. Es necesario identificarlo, para lo cual debemos evitar el anacronismo” [5].
Y es contra el Clero de aquél entonces que Hobbes apuntará todo su arsenal discursivo en el Behemoth. Si en el Leviatán apuntó contra la Iglesia Católica Romana por haber “diseñado” un modelo de “poder alternativo”, será contra los prebísteros a quienes acusará de causar e incidir en las guerras civiles de todos contra todos.
Dice el estudiosos de Hobbes: “Pero no todo anacronismo está fuera de lugar. Ciertos puentes que lanzamos entre los tiempos pueden ser útiles. Arriesguémonos en uno: el clero, en el siglo XVII, es como un medio de comunicación de nuestro tiempo que se hubiera apropiado del Más Allá. Imaginemos una red de comunicación de masas que, para completar su poder, prometiera a sus oyentes la salvación y amenazara a los desatentos con la muerte eterna”; y remata: “Solamente el clero puede tener su orden en medio de lo que el lego llamaría desorden. En medio del caos, sólo la profesión eclesiástica se encuentra como pez en el agua” [6].
Al leer este párrafo no pude dejar de pensar en el accionar de los “grandes” medios de comunicación durante los cien y pico de días que duró el llamado “conflicto del campo”. Movileros arengando, conductores editorializando, dueños de diarios “lobbieando”; todos ellos construyendo un “cuadro político de autoritarismo, censura, caos, desorden y crisis institucional de grado terminal” (con “valientes” discursos en la entrega de los Martín Fierro pero ausentes en la conferencia de prensa que dio la Presidenta). Aclaremos que no fue el gobierno el que instalo la posibilidad “concreta” de una nueva “renuncia presidencial”. Ahí es donde encontraremos una verdadera actitud “destituyente”.
Jugando a otro anacronismo posible, podría decir entonces que Hobbes hoy apuntaría contra aquellos grandes medios de comunicación que siempre fueron tan afectos a los golpistas, militares y eclesiásticos devotos de su orden alternativo.
Frente a todos ellos, seguro que el amigo Thomas gritaría desde el palco: “un Leviatán para la derecha!”.
[1] Renato Janine Ribeiro “Thomas Hobbes o la paz contra el clero” en “La Filosofía Política Moderna. De Hobbes a Marx”, Atilio Borón (compilador), Eudeba 2000, pág. 27.
[2] ob. cit. pág. 27.
[3] En este caso, resulta fundamental le lectura del Capítulo III, Tercera Parte de”Principios de la filosofía del derecho” de Hegel, en donde se refiere a la constitución del Estado.
[4] ob. cit. pág. 28.
[5] ob. cit. pág. 29.
[6] Ob. cit. pág. 29/30.
Del leviatán, escrito por Thomas Hobbes en 1651, suelen recordarse conceptos como “Estado de Naturaleza”, “la guerra de todos contra todos” y el “contrato que instituye la paz con la mediación de un Estado fuerte”.
Simplificando, cuando Hobbes hablaba de ese estado de naturaleza, se estaba refiriendo a “la guerra civil”. En una obra posterior Hobbes hizo referencia al caso concreto de la Revolución Inglesa como ejemplo de ese “estado de naturaleza”, que dijimos era la guerra civil. Esa obra se conoce con el nombre de Behemoth.
Curiosamente Hobbes, anticlerical, utiliza imágenes bíblicas para hablar del Estado y de la Guerra Civil. Un estudioso de Hobbes opina: “Hobbes escogió el monstruo citado en el Libro de Job porque reina sobre los hijos del orgullo, y nosotros humanos somos antes que nada movidos por nuestra vanidad, por la vana noción que tenemos de nuestro valor; es ésta, por cierto, la tercera causa de la guerra generalizada entre los hombres, de la ‘guerra de todos contra todos’” [1].
En tanto que sobre el hipopótamo dirá: “Hobbes insinuará que vivimos entre dos condiciones monstruosas, la de la paz bajo el gobierno absoluto (o mejor, el gobierno de un soberano) y de la guerra generalizada, esto es, el conflicto intestino que arroja al hermano contra el hermano. La guerra de todos contra todos es en realidad la guerra civil” [2]. En el Behemoth hablará sobre la segunda de las condiciones.
Y aquí encontraremos el lugar común donde se banaliza la obra de Hobbes. Usualmente escuchamos que se ejemplifica con El Leviatán al Estado totalizador, autoritario y violento. La causa de tal banalidad y superficialidad es el anacronismo con que se lee a Hobbes (y en general a toda la filosofía política moderna).
Debemos recordar que pensadores como Hobbes y Hegel (por citar otro ejemplo de filósofo que padece del anacronismo permanente) vivieron en épocas de mucha violencia, donde la tensión revolucionaria se respiraba todos los días. Estos pensadores se rompieron la cabeza para encontrar el fin a tanta violencia. Y el resultado de esa solución no se trató de oponer una violencia mayor. Trataron, con éxito, de racionalizar la contención de esa violencia bajo la figura de un Padre, de un Dios que infunde la Paz, mediante un Poder supremo, Soberano: El Estado [3]. Y “Su soberano no es un déspota, un sultán que gobierna mediante el pavor, pero el hecho de haber escogido a un monstruo para representar ese poder, ayudó a la fortuna crítica a pensarlo mediante la desmesura, la plenitud de mando desbordada, a veces incluso hasta el punto de infundir un miedo irrestricto” [4].
Así, este autor sostiene: “Su problema crucial en relación a los actores políticos y sociales de su tiempo no residía en los capitalistas, sino en los eclesiásticos. El clero, y no el capital, es el gran actor contra el que trabaja Hobbes. Es necesario identificarlo, para lo cual debemos evitar el anacronismo” [5].
Y es contra el Clero de aquél entonces que Hobbes apuntará todo su arsenal discursivo en el Behemoth. Si en el Leviatán apuntó contra la Iglesia Católica Romana por haber “diseñado” un modelo de “poder alternativo”, será contra los prebísteros a quienes acusará de causar e incidir en las guerras civiles de todos contra todos.
Dice el estudiosos de Hobbes: “Pero no todo anacronismo está fuera de lugar. Ciertos puentes que lanzamos entre los tiempos pueden ser útiles. Arriesguémonos en uno: el clero, en el siglo XVII, es como un medio de comunicación de nuestro tiempo que se hubiera apropiado del Más Allá. Imaginemos una red de comunicación de masas que, para completar su poder, prometiera a sus oyentes la salvación y amenazara a los desatentos con la muerte eterna”; y remata: “Solamente el clero puede tener su orden en medio de lo que el lego llamaría desorden. En medio del caos, sólo la profesión eclesiástica se encuentra como pez en el agua” [6].
Al leer este párrafo no pude dejar de pensar en el accionar de los “grandes” medios de comunicación durante los cien y pico de días que duró el llamado “conflicto del campo”. Movileros arengando, conductores editorializando, dueños de diarios “lobbieando”; todos ellos construyendo un “cuadro político de autoritarismo, censura, caos, desorden y crisis institucional de grado terminal” (con “valientes” discursos en la entrega de los Martín Fierro pero ausentes en la conferencia de prensa que dio la Presidenta). Aclaremos que no fue el gobierno el que instalo la posibilidad “concreta” de una nueva “renuncia presidencial”. Ahí es donde encontraremos una verdadera actitud “destituyente”.
Jugando a otro anacronismo posible, podría decir entonces que Hobbes hoy apuntaría contra aquellos grandes medios de comunicación que siempre fueron tan afectos a los golpistas, militares y eclesiásticos devotos de su orden alternativo.
Frente a todos ellos, seguro que el amigo Thomas gritaría desde el palco: “un Leviatán para la derecha!”.
[1] Renato Janine Ribeiro “Thomas Hobbes o la paz contra el clero” en “La Filosofía Política Moderna. De Hobbes a Marx”, Atilio Borón (compilador), Eudeba 2000, pág. 27.
[2] ob. cit. pág. 27.
[3] En este caso, resulta fundamental le lectura del Capítulo III, Tercera Parte de”Principios de la filosofía del derecho” de Hegel, en donde se refiere a la constitución del Estado.
[4] ob. cit. pág. 28.
[5] ob. cit. pág. 29.
[6] Ob. cit. pág. 29/30.
Paco Urondo contra los tiempos de la despasión
"Ya no soy de aquí: apenas me siento una memoria de paso.
Mi confianza se apoya en el profundo desprecio por este mundo desgraciado.
Le daré la vida para que nada siga como está"
(“Solicitada”, Poemas póstumos).
Francisco “Paco” Urondo (1930-1976), poeta de la generación de los años ’60 y ’70. Novelista, cuentista, dramaturgo, ensayista, guionista de cine y televisión y periodista. Con Juan Gelman estuvo al frente del suplemento cultural del diario La Opinión (1971), fue secretario de redacción del diario Noticias (1973). También escribió para los medios Primera Plana, Panorama y Crisis.
Se integró a la organización guerrillera FAR a comienzos de los años ’70 y aceptó, en contra de su voluntad, un destino en Mendoza. Murió combatiendo el 17 de junio de 1976 en Guaymallén, en una redada en la cual Alicia Rabboy, su esposa, fue secuestrada y continúa aún desaparecida, y Angela, su hija, sobrevivió. (Página/12, 10/11/05, por Ana Bianco).
Su obra poética comprende Historia antigua (1956), Breves (1959), Lugares (1961), Nombres (1963), Del otro lado (1967), Adolecer (1968) y Larga distancia (antología publicada en Madrid en 1971). Ha publicado también los libros de cuentos Todo eso (1966), Al tacto (1967); Veraneando y Sainete con variaciones (1966, teatro); Veinte años de poesía argentina (ensayo, 1968); Los pasos previos (novela, 1972), y en 1973, La patria fusilada, un libro de entrevistas sobre la masacre de Trelew del '72.
En 1968 fue nombrado Director General de Cultura de la Provincia de Santa Fe, y en 1973, Director del Departamento de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Escribió Juan Gelman: “Dicen que un escritor atraviesa al morir un purgatorio de veinte años en la memoria pública. El plazo está más que cumplido para ese gran poeta que fue –que es– Francisco Urondo, caído en combate contra la dictadura militar un día de junio de 1976, a los 46 de edad. Dejaba un libro inédito, “Cuentos de batalla”, que se perdió en la noche genocida. Como Rodolfo Walsh, como Haroldo Conti, Paco escribió hasta el final, en medio de tareas, urgencias y peligros de la vida clandestina. Para estos pilares de la literatura nacional nunca hubo contradicciones entre la militancia por una patria justa, libre y soberana, y la condición de la escritura. Cuando en este tiempo de la despasión se recuerdan las polémicas de los años sesenta –unos pretendían hacer la Revolución en su escritura; otros, abandonar su escritura en aras de la Revolución–, se percibe en toda su magnitud lo que Paco, Rodolfo, Haroldo nos mostraron: la profunda unidad de vida y obra que un escritor v sus textos pueden alcanzar.
No hubo abismos entre experiencia y poesía para Urondo. "Empuñé un arma porque busco la palabra justa", dijo alguna vez. Corregía mucho sus poemas, pero supo que el único modo verdadero que un poeta tiene de corregir su obra es corregirse a sí mismo, buscar los caminos que van del misterio de la lengua al misterio de la gente. Paco fue entendido en eso v sus poemas quedarán para siempre en el espacio enigmático del encuentro del lector con su palabra.Buitres de la derrota –que siempre se han cuidado mucho cada centímetro de piel– le han reprochado a Paco su capacidad de arriesgar la vida por un ideal. Paco no quería morir, pero no podía vivir sin oponer su belleza a la injusticia, es decir, sin respetar el oficio que más amaba. El había escuchado el reclamo de Rimbaud: "¡Cambiad la vida!". Estaba convencido de que sólo de una vida nueva puede nacer la nueva poesía. “Mi confianza se apoya en el profundo desprecio / por este mundo desgraciado. Le daré / la vida para que nada siga como está”, escribió. Fue –es– uno de los poetas en lengua castellana que con más valor y lucidez, y menos autocomplacencia, luchó con y contra la imposibilidad de la escritura. También luchó con y contra un sistema social encarnizado en crear sufrimiento, para que el mundo entero entrara en la historia de la alegría. Las dos luchas fueron una sola para él. Ambas lo escribieron y en ambas quedó escrito”.
Hasta siempre.
Mi confianza se apoya en el profundo desprecio por este mundo desgraciado.
Le daré la vida para que nada siga como está"
(“Solicitada”, Poemas póstumos).
Francisco “Paco” Urondo (1930-1976), poeta de la generación de los años ’60 y ’70. Novelista, cuentista, dramaturgo, ensayista, guionista de cine y televisión y periodista. Con Juan Gelman estuvo al frente del suplemento cultural del diario La Opinión (1971), fue secretario de redacción del diario Noticias (1973). También escribió para los medios Primera Plana, Panorama y Crisis.
Se integró a la organización guerrillera FAR a comienzos de los años ’70 y aceptó, en contra de su voluntad, un destino en Mendoza. Murió combatiendo el 17 de junio de 1976 en Guaymallén, en una redada en la cual Alicia Rabboy, su esposa, fue secuestrada y continúa aún desaparecida, y Angela, su hija, sobrevivió. (Página/12, 10/11/05, por Ana Bianco).
Su obra poética comprende Historia antigua (1956), Breves (1959), Lugares (1961), Nombres (1963), Del otro lado (1967), Adolecer (1968) y Larga distancia (antología publicada en Madrid en 1971). Ha publicado también los libros de cuentos Todo eso (1966), Al tacto (1967); Veraneando y Sainete con variaciones (1966, teatro); Veinte años de poesía argentina (ensayo, 1968); Los pasos previos (novela, 1972), y en 1973, La patria fusilada, un libro de entrevistas sobre la masacre de Trelew del '72.
En 1968 fue nombrado Director General de Cultura de la Provincia de Santa Fe, y en 1973, Director del Departamento de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Escribió Juan Gelman: “Dicen que un escritor atraviesa al morir un purgatorio de veinte años en la memoria pública. El plazo está más que cumplido para ese gran poeta que fue –que es– Francisco Urondo, caído en combate contra la dictadura militar un día de junio de 1976, a los 46 de edad. Dejaba un libro inédito, “Cuentos de batalla”, que se perdió en la noche genocida. Como Rodolfo Walsh, como Haroldo Conti, Paco escribió hasta el final, en medio de tareas, urgencias y peligros de la vida clandestina. Para estos pilares de la literatura nacional nunca hubo contradicciones entre la militancia por una patria justa, libre y soberana, y la condición de la escritura. Cuando en este tiempo de la despasión se recuerdan las polémicas de los años sesenta –unos pretendían hacer la Revolución en su escritura; otros, abandonar su escritura en aras de la Revolución–, se percibe en toda su magnitud lo que Paco, Rodolfo, Haroldo nos mostraron: la profunda unidad de vida y obra que un escritor v sus textos pueden alcanzar.
No hubo abismos entre experiencia y poesía para Urondo. "Empuñé un arma porque busco la palabra justa", dijo alguna vez. Corregía mucho sus poemas, pero supo que el único modo verdadero que un poeta tiene de corregir su obra es corregirse a sí mismo, buscar los caminos que van del misterio de la lengua al misterio de la gente. Paco fue entendido en eso v sus poemas quedarán para siempre en el espacio enigmático del encuentro del lector con su palabra.Buitres de la derrota –que siempre se han cuidado mucho cada centímetro de piel– le han reprochado a Paco su capacidad de arriesgar la vida por un ideal. Paco no quería morir, pero no podía vivir sin oponer su belleza a la injusticia, es decir, sin respetar el oficio que más amaba. El había escuchado el reclamo de Rimbaud: "¡Cambiad la vida!". Estaba convencido de que sólo de una vida nueva puede nacer la nueva poesía. “Mi confianza se apoya en el profundo desprecio / por este mundo desgraciado. Le daré / la vida para que nada siga como está”, escribió. Fue –es– uno de los poetas en lengua castellana que con más valor y lucidez, y menos autocomplacencia, luchó con y contra la imposibilidad de la escritura. También luchó con y contra un sistema social encarnizado en crear sufrimiento, para que el mundo entero entrara en la historia de la alegría. Las dos luchas fueron una sola para él. Ambas lo escribieron y en ambas quedó escrito”.
Hasta siempre.
Haroldo Conti y la balada de un rebelde
Haroldo Conti nació el 25 de mayo de 1925 en Chacabuco. El 5 de mayo de 1976 fue secuestrado por un “grupo de tareas” de la Dictadura y nunca más se supo de él. Dicen que por su adscripción al Partido Revolucionario de los Trabajadores, por su militancia en el Frente Anti-imperialista por el Socialismo, por sus notas periodísticas en Crisis y por su constante denuncia, por cuanto congreso literario pasaba, de la feroz represión de la Dictadura.
Conti fue un valiente, fue un rebelde. Su causa, su ideología y su sentir. Lo que le corría por sus venas era la misma indignación que el Che le legó a sus hijitos: “Sean capaces de sentir en lo más profundo la injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario”. Conti era, entonces, todo un revolucionario.
Y otro escritor más desaparecido. Sus armas eran sus palabras, pero sobre todo su coherencia.
Dice la crónica periodística: “El escritor Haroldo Conti nació en Chacabuco, provincia de Buenos Aires, el 25 de mayo de 1925. En 1940 ingresó en el Seminario Metropolitano Conciliar, de Villa Devoto, estudios que abandonó siete años más tarde, para ingresar en la Facultad de Filosofía y Letras donde se recibió en 1954. Realizó cursos de piloto civil y vuelos, y en 1952 obtuvo dos becas del Cine Club Gente de Cine trabajando como asistente de dirección. Fue maestro rural, director teatral, empresario de transportes, profesor de Filosofía y de Latín. En 1962, publicó su primera novela, Sudeste, por la que obtuvo el primer premio del concurso organizado por Fabril Editora. A esta novela, le siguieron Todos los veranos (1964), Alrededor de la jaula (1966), Con otra gente (1967) y En vida (1971)” (Página/12 de 18/01/06, Por Sylvia Saítta y Luis Alberto Romero).
En 1971 visitó Cuba, “Conti señaló que Cuba constituyó “su primer contacto a flor de piel con América. Y eso me bastó para hacer una cosa distinta, una novela jubilosa, Mascaró, abierta, donde por primera vez los personajes no mueren. Decidí hacer una literatura con un sentido más americano, cosa que, en ese momento, estaba muy lejos de mí” (P/12, cit.).
En 1975 publica La balada del álamo Carolina y finalmente Mascaró.
Algunos insisten con que el arte y la política no deben asociarse. De que no importa que un escritor haya apoyado o tolerado las peores violaciones a los derechos humanos. No importa, si su pluma exportó al mundo nuestra cultura y si sus libros se inscribieron en el adn de “nuestra cultura nacional”. Entonces, habría que pensar sobre los significados de la identidad nacional, cultural y popular.
¿Qué cosas nos hacen sentir más comunes entre nosotros?. ¿La “literatura exquisita”, o el compromiso con el hombre, como especie, como género?.
Los Conti, los Urondo y los Walsh, entre tantos otros, representan ese compromiso contra las injusticias y las peores brutalidades. La coherencia de luchar y de escribir contra ese colage de la depredación humana.
De esto se trata La Herida de País. El arte y al política, la ideología y los valores humanos se escriben en el mismo papel, en la misma mirada del mundo. La indignación contra la injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Lo demás: el silencio, la complicidad, la mirada hacia otro lado, es la mejor propaganda del régimen, aunque este muy bien escrita.
Hasta siempre.
Conti fue un valiente, fue un rebelde. Su causa, su ideología y su sentir. Lo que le corría por sus venas era la misma indignación que el Che le legó a sus hijitos: “Sean capaces de sentir en lo más profundo la injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario”. Conti era, entonces, todo un revolucionario.
Y otro escritor más desaparecido. Sus armas eran sus palabras, pero sobre todo su coherencia.
Dice la crónica periodística: “El escritor Haroldo Conti nació en Chacabuco, provincia de Buenos Aires, el 25 de mayo de 1925. En 1940 ingresó en el Seminario Metropolitano Conciliar, de Villa Devoto, estudios que abandonó siete años más tarde, para ingresar en la Facultad de Filosofía y Letras donde se recibió en 1954. Realizó cursos de piloto civil y vuelos, y en 1952 obtuvo dos becas del Cine Club Gente de Cine trabajando como asistente de dirección. Fue maestro rural, director teatral, empresario de transportes, profesor de Filosofía y de Latín. En 1962, publicó su primera novela, Sudeste, por la que obtuvo el primer premio del concurso organizado por Fabril Editora. A esta novela, le siguieron Todos los veranos (1964), Alrededor de la jaula (1966), Con otra gente (1967) y En vida (1971)” (Página/12 de 18/01/06, Por Sylvia Saítta y Luis Alberto Romero).
En 1971 visitó Cuba, “Conti señaló que Cuba constituyó “su primer contacto a flor de piel con América. Y eso me bastó para hacer una cosa distinta, una novela jubilosa, Mascaró, abierta, donde por primera vez los personajes no mueren. Decidí hacer una literatura con un sentido más americano, cosa que, en ese momento, estaba muy lejos de mí” (P/12, cit.).
En 1975 publica La balada del álamo Carolina y finalmente Mascaró.
Algunos insisten con que el arte y la política no deben asociarse. De que no importa que un escritor haya apoyado o tolerado las peores violaciones a los derechos humanos. No importa, si su pluma exportó al mundo nuestra cultura y si sus libros se inscribieron en el adn de “nuestra cultura nacional”. Entonces, habría que pensar sobre los significados de la identidad nacional, cultural y popular.
¿Qué cosas nos hacen sentir más comunes entre nosotros?. ¿La “literatura exquisita”, o el compromiso con el hombre, como especie, como género?.
Los Conti, los Urondo y los Walsh, entre tantos otros, representan ese compromiso contra las injusticias y las peores brutalidades. La coherencia de luchar y de escribir contra ese colage de la depredación humana.
De esto se trata La Herida de País. El arte y al política, la ideología y los valores humanos se escriben en el mismo papel, en la misma mirada del mundo. La indignación contra la injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Lo demás: el silencio, la complicidad, la mirada hacia otro lado, es la mejor propaganda del régimen, aunque este muy bien escrita.
Hasta siempre.
El arte ataca
Entre las víctimas de la dictadura instaurada el 24 de marzo de 1976 podemos señalar a escritores, artistas y poetas como Rodolfo Walsh, Haroldo Conti, Francisco Urondo, Miguel Ángel Estrella (sobreviviente), Miguel Ángel Bustos, Marcelo Gelman, Tilo Wener, Claudio Ferraris, Lucina Álvarez, Oscar Barros, Roberto Santoro y Juan Carlos Higa, entre muchos otros.
Los genocidas impusieron que el oficio de escribir también podía ser una “actividad subversiva disociadora”. Y escribir era expresarse, decir lo que se pensaba y se sentía. Muchos, en esos años de horror y brutalidad, escribieron, nada menos, sobre la condición humana. Ello significaba la desobediencia misma hacia el régimen: No callar. No mirar para otro lado. Expresarse: decir lo que se pensaba y se sentía ante toda esa depredación humana. Ante ese Estado terrorista y genocida.
Hasta hoy no existe un relato exhaustivo, profundo y continuo sobre la vida de quienes no callaron, no miraron para otro lado y se expresaron con su arma más poderosa: la palabra. Como guerreros que no detuvieron jamás su marcha, sabían que al usar esas palabras insolentes, serían perseguidos por desobedecer aquel silencio, que para muchos era sinónimo de “salud”: ese equilibrio justo entre la inocencia y la complicidad. Ellos no fueron cómplices. Ellos no silenciaron su palabra. No miraron para otro lado. Ni justificaron ningún golpe de Estado.
Aquí, en La Herida de País los nombraremos y daremos algunas pistas, algunas señales para conocerlos y sumergirnos en la profundidad de sus compromisos, sus palabras y sus luchas.
Algunos de ellos, lo veremos, trascendieron de la palabra a la acción. Aunque esas palabras significaban, por sí solas, toda una acción: escribir sobre lo que se pensaba y se sentía, desobedeciendo el orden moral y criminal del Proceso. Es decir: escribir y desobedecer era “subversivo”.
Como un haz de luz, rescataremos esas acciones en cada uno de ellos.
Porque la memoria debe ser esa mano que corra el telón que esconde la verdad; que le aporte fundamentos a la justicia y que desnude las verdades impuestas, construidas desde un discurso oficial, moralizante y “desaparecedor”; para que luego, desde las palabras de los Walsh, Conti y Urondo alcemos las voces de los que soñaron con la libertad. Que hoy son las voces de los pueblos oprimidos y excluidos que siguen desapareciendo, cuyos gritos de desesperación hacemos que no oímos, mientras aquel imbécil le grita al micrófono, como quien no quiere que escuches otra cosa que las miserias de los triunfadores, más berretas, del ocaso dictatorial.
Y porque como dijo el poeta Jorge Boccanera: Los que piden borrar el pasado más que olvido piden que entremos al reino de los anestesiados, que es una forma de no reaccionar contra los absurdos de cada día. La pérdida de la memoria diluye la conciencia y, si no hay conciencia de nuestras necesidades, perdemos de vista un tema importante que es la libertad (“Un golpe a los libros”, Hernán Invernizzi y Judith Gociol, Eudeba).
Estas palabras sirven como introducción para aproximarnos, en futuras notas, a Haroldo Conti, Paco Urondo y Rodoflo Walsh, entre otros.
Allí nos encontraremos, en el margen de una página que no empezó a escribirse todavía. La página de los imprescindibles. Gracias.
Los genocidas impusieron que el oficio de escribir también podía ser una “actividad subversiva disociadora”. Y escribir era expresarse, decir lo que se pensaba y se sentía. Muchos, en esos años de horror y brutalidad, escribieron, nada menos, sobre la condición humana. Ello significaba la desobediencia misma hacia el régimen: No callar. No mirar para otro lado. Expresarse: decir lo que se pensaba y se sentía ante toda esa depredación humana. Ante ese Estado terrorista y genocida.
Hasta hoy no existe un relato exhaustivo, profundo y continuo sobre la vida de quienes no callaron, no miraron para otro lado y se expresaron con su arma más poderosa: la palabra. Como guerreros que no detuvieron jamás su marcha, sabían que al usar esas palabras insolentes, serían perseguidos por desobedecer aquel silencio, que para muchos era sinónimo de “salud”: ese equilibrio justo entre la inocencia y la complicidad. Ellos no fueron cómplices. Ellos no silenciaron su palabra. No miraron para otro lado. Ni justificaron ningún golpe de Estado.
Aquí, en La Herida de País los nombraremos y daremos algunas pistas, algunas señales para conocerlos y sumergirnos en la profundidad de sus compromisos, sus palabras y sus luchas.
Algunos de ellos, lo veremos, trascendieron de la palabra a la acción. Aunque esas palabras significaban, por sí solas, toda una acción: escribir sobre lo que se pensaba y se sentía, desobedeciendo el orden moral y criminal del Proceso. Es decir: escribir y desobedecer era “subversivo”.
Como un haz de luz, rescataremos esas acciones en cada uno de ellos.
Porque la memoria debe ser esa mano que corra el telón que esconde la verdad; que le aporte fundamentos a la justicia y que desnude las verdades impuestas, construidas desde un discurso oficial, moralizante y “desaparecedor”; para que luego, desde las palabras de los Walsh, Conti y Urondo alcemos las voces de los que soñaron con la libertad. Que hoy son las voces de los pueblos oprimidos y excluidos que siguen desapareciendo, cuyos gritos de desesperación hacemos que no oímos, mientras aquel imbécil le grita al micrófono, como quien no quiere que escuches otra cosa que las miserias de los triunfadores, más berretas, del ocaso dictatorial.
Y porque como dijo el poeta Jorge Boccanera: Los que piden borrar el pasado más que olvido piden que entremos al reino de los anestesiados, que es una forma de no reaccionar contra los absurdos de cada día. La pérdida de la memoria diluye la conciencia y, si no hay conciencia de nuestras necesidades, perdemos de vista un tema importante que es la libertad (“Un golpe a los libros”, Hernán Invernizzi y Judith Gociol, Eudeba).
Estas palabras sirven como introducción para aproximarnos, en futuras notas, a Haroldo Conti, Paco Urondo y Rodoflo Walsh, entre otros.
Allí nos encontraremos, en el margen de una página que no empezó a escribirse todavía. La página de los imprescindibles. Gracias.
La cultura totalitaria
Los Nazis odiaban a los judíos. Pero sobre todo odiaban a judíos y judías que eran poetas, músicos, pintores, filósofos, escritores, escultores, cantantes, actores. La cultura sólo podía ser la “cultura nazi”. Lo demás debía ser exterminado.
En Argentina, el Proceso de Reorganización Nacional no pudo ser menos. O al menos “había que intentarlo” (no ser menos que los Nazis). Por eso mismo Massera dijo lo que dijo: el alma del hombre se ha convertido en campo de batalla. El alma pretendía ser, para los genocidas, otro botín de guerra para su colage de la depredación humana (Spinetta).
Para ello, entre los objetivos que la Dictadura iba a imponer, se rezaba como un dogma inevitable: Impulsar la restitución de los valores fundamentales que contribuyen a la integridad social: orden, trabajo, jerarquía, responsabilidad, identidad nacional, honestidad. Todo en el contexto de la moral cristiana. Para así, finalmente: Promover en la juventud modelos sociales que subrayen los valores mencionados anteriormente para reemplazar y erradicar los valores actuales.
Aquellos valores actuales debían ser reemplazados y erradicados porque estaban vinculados con “actividades subversivas disociadoras”. La libertad que expresaban los artistas, chocaba irremediablemente con la moral cristiana de Videla y compañía. Entonces se prohibieron músicos, discos, libros, pensadores, docentes, poetas y toda expresión de la cultura que no fuera “obediente” con el Régimen y que no perteneciera, por lo tanto, a la “Cultura del Proceso”.
Debía “reemplazarse y erradicarse”, en consecuencia, la saludable insolencia juvenil de los años 70, por la obediencia anestesiada de los adoradores del orden. Destaco la saludable insolencia entendiendo por tal, e interpretando a un personaje de José Pablo Feinmann, la noble actitud de quebrar la mirada obediente del orden instituido.
Insolencia que pretende ser instituyente y que, como tal, confrontará inevitablemente con lo instituido, con la disciplina totalitaria del Régimen impuesto.
Así censuraron, por ejemplo, a Luis Alberto Spinetta quien no se destacó, precisamente, por ser un emblema de “la explícita canción de protesta”, sino más bien por su creatividad instituyente; desafiante de la “moral instituida” de Videla y compañía. El Flaco nos dice:
Es una cosa tan ominosa e impune la depredación entre los seres humanos, que cuando se trata de animales este crimen luce inocente. Entonces, inmediatamente les atribuimos nuestra maldad para convencernos y verificar cómo lo hacen... Por ejemplo, al observar el abuso de poder cometido contra los pueblos infinitas veces a lo largo de la Historia, el hombre, casi como careciendo de inocencia, debe verse a sí mismo como “el gran devorador” y el producto de una lucha de fuerzas. Las fuerzas de la luz o de la muerte. Creo que si permanecemos como un buen rayo de luz todas las fuentes negativas que intenten apoderarse de nosotros de alguna manera se van a transformar. Nos tragarán, pero también van a tragar una luz interminable. Para eso está hecha, para continuar, aunque sea dentro de las fauces del otro”.
En Las Heridas de País, seguimos buscando Verdad-Memoria-Justicia, para terminar de curar toda esa tristeza que no pudo “ni el poderoso anillo del Capitán Beto” (Pujol).
(Fuentes: “Rock y Dictadura”, Sergio Pujol, Planeta 2005. “Martropía. Conversación con Spinetta”, Juan Carlos Diez, Aguilar 2006. “La astucia de la razón”, José Pablo Feinmann, 1990).
En Argentina, el Proceso de Reorganización Nacional no pudo ser menos. O al menos “había que intentarlo” (no ser menos que los Nazis). Por eso mismo Massera dijo lo que dijo: el alma del hombre se ha convertido en campo de batalla. El alma pretendía ser, para los genocidas, otro botín de guerra para su colage de la depredación humana (Spinetta).
Para ello, entre los objetivos que la Dictadura iba a imponer, se rezaba como un dogma inevitable: Impulsar la restitución de los valores fundamentales que contribuyen a la integridad social: orden, trabajo, jerarquía, responsabilidad, identidad nacional, honestidad. Todo en el contexto de la moral cristiana. Para así, finalmente: Promover en la juventud modelos sociales que subrayen los valores mencionados anteriormente para reemplazar y erradicar los valores actuales.
Aquellos valores actuales debían ser reemplazados y erradicados porque estaban vinculados con “actividades subversivas disociadoras”. La libertad que expresaban los artistas, chocaba irremediablemente con la moral cristiana de Videla y compañía. Entonces se prohibieron músicos, discos, libros, pensadores, docentes, poetas y toda expresión de la cultura que no fuera “obediente” con el Régimen y que no perteneciera, por lo tanto, a la “Cultura del Proceso”.
Debía “reemplazarse y erradicarse”, en consecuencia, la saludable insolencia juvenil de los años 70, por la obediencia anestesiada de los adoradores del orden. Destaco la saludable insolencia entendiendo por tal, e interpretando a un personaje de José Pablo Feinmann, la noble actitud de quebrar la mirada obediente del orden instituido.
Insolencia que pretende ser instituyente y que, como tal, confrontará inevitablemente con lo instituido, con la disciplina totalitaria del Régimen impuesto.
Así censuraron, por ejemplo, a Luis Alberto Spinetta quien no se destacó, precisamente, por ser un emblema de “la explícita canción de protesta”, sino más bien por su creatividad instituyente; desafiante de la “moral instituida” de Videla y compañía. El Flaco nos dice:
Es una cosa tan ominosa e impune la depredación entre los seres humanos, que cuando se trata de animales este crimen luce inocente. Entonces, inmediatamente les atribuimos nuestra maldad para convencernos y verificar cómo lo hacen... Por ejemplo, al observar el abuso de poder cometido contra los pueblos infinitas veces a lo largo de la Historia, el hombre, casi como careciendo de inocencia, debe verse a sí mismo como “el gran devorador” y el producto de una lucha de fuerzas. Las fuerzas de la luz o de la muerte. Creo que si permanecemos como un buen rayo de luz todas las fuentes negativas que intenten apoderarse de nosotros de alguna manera se van a transformar. Nos tragarán, pero también van a tragar una luz interminable. Para eso está hecha, para continuar, aunque sea dentro de las fauces del otro”.
En Las Heridas de País, seguimos buscando Verdad-Memoria-Justicia, para terminar de curar toda esa tristeza que no pudo “ni el poderoso anillo del Capitán Beto” (Pujol).
(Fuentes: “Rock y Dictadura”, Sergio Pujol, Planeta 2005. “Martropía. Conversación con Spinetta”, Juan Carlos Diez, Aguilar 2006. “La astucia de la razón”, José Pablo Feinmann, 1990).
La herida de País
Héctor Oesterheld nació el 23 de julio de 1919 en Buenos Aires. Geólogo, casado con Elsa Sánchez. Cuatro hijas: Estela, Diana, Beatriz y Marina.
Dejó la Geología para escribir Historietas. Se ganó el respeto como guionista y trabajó junto a dibujantes como Alberto Breccia, Hugo Pratt, Paul Campani y Solano López. Su trabajo es imprescindible a la hora de hablar del género.
En 1958 se consagra con la publicación de El Eternauta, dibujada por Solano López. Sus personajes: Juan Salvo, su mujer Elena, su hija Martita, su amigo Favalli, el obrero Franco. Unos monstruos paquidérmicos llamados Gurbos, unos seres de manos prodigiosas: Los manos. Y también estaban Los Ellos, quienes controlaban y dirigían La Invasión.
La invasión se producía en nuestra ciudad (el barrio, nuestras casas). Se advertía allí del Exterminio como método para alcanzar la invasión definitiva.
El Eternauta es el héroe colectivo y anónimo que resiste la opresión. De allí quedará inmortalizada la plegaria del genio: “El único héroe válido, es el héroe en grupo. Nunca el héroe individual, el héroe solo”.
En los años 60 se alzaban las voces de quienes ya no toleraban las injusticias y los autoritarismos: Golpes de Estado, Censura y Persecución política comenzaban a pergeñar el horror de los 70’s. La Dictadura tomaba forma de Monstruo, inevitablemente, como siempre.
En 1969 se publica una nueva versión de El eternauta, dibujada por Alberto Breccia con un estilo experimental y trasgresor para la época. Pero también su contenido trasgredía los parámetros de la historieta. El Eternauta exhalaba política en todas sus páginas. Se sabe hoy que para ese entonces, tanto Oesterheld como sus cuatro hijas habían comenzado a militar en Montoneros.
Con el Golpe Cívico-Militar del 24 de marzo de 1976, Oesterheld fue uno de los tantos que debió ocultarse ante la feroz represión. Comenzó entonces a escribir otra versión de El eternauta, haciendo clara alusión a la situación política del País.
Fueron secuestradas sus cuatro hijas, con sus esposos, y también sus nietos. Hasta que finalmente, Oesterheld, fue secuestrado el 27 de abril de 1977, continuando a la fecha desaparecido.
“Yo vi a Oesterheld en Campo de mayo (...) en el sector de las duchas. Yo no lo conocía personalmente y bueno, me llamó la atención. Lo vi digamos como golpeado, o sea con mucha angustia y me acerqué, le pregunté qué le pasaba. Me dijo que le habían mostrado las fotos de las hijas... muertas” (testimonio de Juan Carlos Scarpatti).
En La herida de País contaremos historias de quienes dejaron su sangre en el lodo por un país mejor, para todos, sin injusticias ni impunidad.
Pd: Gracias a La Liebre por tanta libertad junta, que trompea la indiferencia y el cinismo. Como Oesterheld con su Eternauta, nuestro gran héroe colectivo, se rebeló con la palabra y el arte. Para que las heridas de este País sanen con justicia.
Dejó la Geología para escribir Historietas. Se ganó el respeto como guionista y trabajó junto a dibujantes como Alberto Breccia, Hugo Pratt, Paul Campani y Solano López. Su trabajo es imprescindible a la hora de hablar del género.
En 1958 se consagra con la publicación de El Eternauta, dibujada por Solano López. Sus personajes: Juan Salvo, su mujer Elena, su hija Martita, su amigo Favalli, el obrero Franco. Unos monstruos paquidérmicos llamados Gurbos, unos seres de manos prodigiosas: Los manos. Y también estaban Los Ellos, quienes controlaban y dirigían La Invasión.
La invasión se producía en nuestra ciudad (el barrio, nuestras casas). Se advertía allí del Exterminio como método para alcanzar la invasión definitiva.
El Eternauta es el héroe colectivo y anónimo que resiste la opresión. De allí quedará inmortalizada la plegaria del genio: “El único héroe válido, es el héroe en grupo. Nunca el héroe individual, el héroe solo”.
En los años 60 se alzaban las voces de quienes ya no toleraban las injusticias y los autoritarismos: Golpes de Estado, Censura y Persecución política comenzaban a pergeñar el horror de los 70’s. La Dictadura tomaba forma de Monstruo, inevitablemente, como siempre.
En 1969 se publica una nueva versión de El eternauta, dibujada por Alberto Breccia con un estilo experimental y trasgresor para la época. Pero también su contenido trasgredía los parámetros de la historieta. El Eternauta exhalaba política en todas sus páginas. Se sabe hoy que para ese entonces, tanto Oesterheld como sus cuatro hijas habían comenzado a militar en Montoneros.
Con el Golpe Cívico-Militar del 24 de marzo de 1976, Oesterheld fue uno de los tantos que debió ocultarse ante la feroz represión. Comenzó entonces a escribir otra versión de El eternauta, haciendo clara alusión a la situación política del País.
Fueron secuestradas sus cuatro hijas, con sus esposos, y también sus nietos. Hasta que finalmente, Oesterheld, fue secuestrado el 27 de abril de 1977, continuando a la fecha desaparecido.
“Yo vi a Oesterheld en Campo de mayo (...) en el sector de las duchas. Yo no lo conocía personalmente y bueno, me llamó la atención. Lo vi digamos como golpeado, o sea con mucha angustia y me acerqué, le pregunté qué le pasaba. Me dijo que le habían mostrado las fotos de las hijas... muertas” (testimonio de Juan Carlos Scarpatti).
En La herida de País contaremos historias de quienes dejaron su sangre en el lodo por un país mejor, para todos, sin injusticias ni impunidad.
Pd: Gracias a La Liebre por tanta libertad junta, que trompea la indiferencia y el cinismo. Como Oesterheld con su Eternauta, nuestro gran héroe colectivo, se rebeló con la palabra y el arte. Para que las heridas de este País sanen con justicia.
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