Entre las víctimas de la dictadura instaurada el 24 de marzo de 1976 podemos señalar a escritores, artistas y poetas como Rodolfo Walsh, Haroldo Conti, Francisco Urondo, Miguel Ángel Estrella (sobreviviente), Miguel Ángel Bustos, Marcelo Gelman, Tilo Wener, Claudio Ferraris, Lucina Álvarez, Oscar Barros, Roberto Santoro y Juan Carlos Higa, entre muchos otros.
Los genocidas impusieron que el oficio de escribir también podía ser una “actividad subversiva disociadora”. Y escribir era expresarse, decir lo que se pensaba y se sentía. Muchos, en esos años de horror y brutalidad, escribieron, nada menos, sobre la condición humana. Ello significaba la desobediencia misma hacia el régimen: No callar. No mirar para otro lado. Expresarse: decir lo que se pensaba y se sentía ante toda esa depredación humana. Ante ese Estado terrorista y genocida.
Hasta hoy no existe un relato exhaustivo, profundo y continuo sobre la vida de quienes no callaron, no miraron para otro lado y se expresaron con su arma más poderosa: la palabra. Como guerreros que no detuvieron jamás su marcha, sabían que al usar esas palabras insolentes, serían perseguidos por desobedecer aquel silencio, que para muchos era sinónimo de “salud”: ese equilibrio justo entre la inocencia y la complicidad. Ellos no fueron cómplices. Ellos no silenciaron su palabra. No miraron para otro lado. Ni justificaron ningún golpe de Estado.
Aquí, en La Herida de País los nombraremos y daremos algunas pistas, algunas señales para conocerlos y sumergirnos en la profundidad de sus compromisos, sus palabras y sus luchas.
Algunos de ellos, lo veremos, trascendieron de la palabra a la acción. Aunque esas palabras significaban, por sí solas, toda una acción: escribir sobre lo que se pensaba y se sentía, desobedeciendo el orden moral y criminal del Proceso. Es decir: escribir y desobedecer era “subversivo”.
Como un haz de luz, rescataremos esas acciones en cada uno de ellos.
Porque la memoria debe ser esa mano que corra el telón que esconde la verdad; que le aporte fundamentos a la justicia y que desnude las verdades impuestas, construidas desde un discurso oficial, moralizante y “desaparecedor”; para que luego, desde las palabras de los Walsh, Conti y Urondo alcemos las voces de los que soñaron con la libertad. Que hoy son las voces de los pueblos oprimidos y excluidos que siguen desapareciendo, cuyos gritos de desesperación hacemos que no oímos, mientras aquel imbécil le grita al micrófono, como quien no quiere que escuches otra cosa que las miserias de los triunfadores, más berretas, del ocaso dictatorial.
Y porque como dijo el poeta Jorge Boccanera: Los que piden borrar el pasado más que olvido piden que entremos al reino de los anestesiados, que es una forma de no reaccionar contra los absurdos de cada día. La pérdida de la memoria diluye la conciencia y, si no hay conciencia de nuestras necesidades, perdemos de vista un tema importante que es la libertad (“Un golpe a los libros”, Hernán Invernizzi y Judith Gociol, Eudeba).
Estas palabras sirven como introducción para aproximarnos, en futuras notas, a Haroldo Conti, Paco Urondo y Rodoflo Walsh, entre otros.
Allí nos encontraremos, en el margen de una página que no empezó a escribirse todavía. La página de los imprescindibles. Gracias.
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