Haroldo Conti nació el 25 de mayo de 1925 en Chacabuco. El 5 de mayo de 1976 fue secuestrado por un “grupo de tareas” de la Dictadura y nunca más se supo de él. Dicen que por su adscripción al Partido Revolucionario de los Trabajadores, por su militancia en el Frente Anti-imperialista por el Socialismo, por sus notas periodísticas en Crisis y por su constante denuncia, por cuanto congreso literario pasaba, de la feroz represión de la Dictadura.
Conti fue un valiente, fue un rebelde. Su causa, su ideología y su sentir. Lo que le corría por sus venas era la misma indignación que el Che le legó a sus hijitos: “Sean capaces de sentir en lo más profundo la injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario”. Conti era, entonces, todo un revolucionario.
Y otro escritor más desaparecido. Sus armas eran sus palabras, pero sobre todo su coherencia.
Dice la crónica periodística: “El escritor Haroldo Conti nació en Chacabuco, provincia de Buenos Aires, el 25 de mayo de 1925. En 1940 ingresó en el Seminario Metropolitano Conciliar, de Villa Devoto, estudios que abandonó siete años más tarde, para ingresar en la Facultad de Filosofía y Letras donde se recibió en 1954. Realizó cursos de piloto civil y vuelos, y en 1952 obtuvo dos becas del Cine Club Gente de Cine trabajando como asistente de dirección. Fue maestro rural, director teatral, empresario de transportes, profesor de Filosofía y de Latín. En 1962, publicó su primera novela, Sudeste, por la que obtuvo el primer premio del concurso organizado por Fabril Editora. A esta novela, le siguieron Todos los veranos (1964), Alrededor de la jaula (1966), Con otra gente (1967) y En vida (1971)” (Página/12 de 18/01/06, Por Sylvia Saítta y Luis Alberto Romero).
En 1971 visitó Cuba, “Conti señaló que Cuba constituyó “su primer contacto a flor de piel con América. Y eso me bastó para hacer una cosa distinta, una novela jubilosa, Mascaró, abierta, donde por primera vez los personajes no mueren. Decidí hacer una literatura con un sentido más americano, cosa que, en ese momento, estaba muy lejos de mí” (P/12, cit.).
En 1975 publica La balada del álamo Carolina y finalmente Mascaró.
Algunos insisten con que el arte y la política no deben asociarse. De que no importa que un escritor haya apoyado o tolerado las peores violaciones a los derechos humanos. No importa, si su pluma exportó al mundo nuestra cultura y si sus libros se inscribieron en el adn de “nuestra cultura nacional”. Entonces, habría que pensar sobre los significados de la identidad nacional, cultural y popular.
¿Qué cosas nos hacen sentir más comunes entre nosotros?. ¿La “literatura exquisita”, o el compromiso con el hombre, como especie, como género?.
Los Conti, los Urondo y los Walsh, entre tantos otros, representan ese compromiso contra las injusticias y las peores brutalidades. La coherencia de luchar y de escribir contra ese colage de la depredación humana.
De esto se trata La Herida de País. El arte y al política, la ideología y los valores humanos se escriben en el mismo papel, en la misma mirada del mundo. La indignación contra la injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Lo demás: el silencio, la complicidad, la mirada hacia otro lado, es la mejor propaganda del régimen, aunque este muy bien escrita.
Hasta siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario