Salvador Allende fue una espada clavada en una piedra.
Nunca más nadie pudo sacarla. Quedó allí para siempre.
Algunos quisieron esconder esa piedra con esa espada clavada en ella.
Otros quisieron destruirla. Otros directamente la ignoraron.
Pero sigue allí clavada. Ante los ojos del mundo.
Quisiera que al leer esto investigues sobre Salvador Allende.
Conocí chicos y chicas de 17 años que no lo conocían. No se enseña en la escuela sobre quién fue Salvador Allende. Cuando yo fui a la escuela obviamente tampoco se decía nada. Todavía resonaban las frenadas de los Falcon, los tiros y sobre todo, y ante todo, el “no te metás”.
Fue el último gran Estadista. El último gran político preocupado por “su gente”, a quienes representaba y se debía en “el poder”. Porque para Allende gobernar era ejercer y representar el Poder popular. Era un Líder porque lideraba ese mandato popular que era gobernar para todos, pero sobre todo para los que peor la pasaban, aquellos cuyas necesidades básicas eran notoriamente insatisfechas. Y permanentemente postergadas por todos los gobiernos.
Y Allende entendió a la perfección que, para cambiar la calidad de vida de los más pobres de su País, debía modificar la estructura económica de su País. Para ello debía interferir e intervenir en los negocios de los más poderosos.
Para redistribuir la riqueza había que apropiarse de la torta. Y Allende lo hizo. Por eso cayó. Por eso bombardearon “la casa de la moneda”. Por eso el gran País del norte apoyó al genocida de Pinochet. Por eso la Gran Reina fue la primera bailarina del Pogo del payaso asesino.
35 años pasaron ya de ese tristísimo episodio que marcó (¿para siempre?) la historia de un continente que no fue.
Allende dijo antes de morir, en sus últimas palabras públicas por radio, mientras Pinochet bombardeaba la casa de gobierno: “pagaré con mi vida la lealtad del pueblo”. Para Allende cumplir con su palabra de respetar la voluntad popular era más importante que cuidar su vida.
Su ejemplo vale ante tanto político tránsfuga. Tanto dirigente asustado ante la protesta social. Tanto funcionario obsecuente con el Imperio. Tanto puntero enriquecido. Su legado nos vacuna contra el cinismo, la hipocresía, el verso y actitudes cuasi-golpistas. Su mirada sostenida en el tiempo, mirando un horizonte cada vez más lejano que apunta a un mundo distinto, un mundo mejor, nos obliga a seguir luchando, a no detener nuestra marcha, a seguir siendo honestos y consecuentes con nuestros principios, sin miedo a vivir. Porque quien no tiene miedo a vivir, menos miedo le tendrá a la muerte.
Salvador es esa espada aún clavada en aquella piedra. Y ya nadie podrá ignorarla.
Publicado en La Liebre, sábado 27/09
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